Freja lanza un beso al paso, para qué más, es sabroso y no exige tiempo, sólo la intención: suficiente.

Va a su marcha por el mundo que se llama civilizado, trasteando el móvil a dos manos, con la chupa

escasa y el pelo limpio, con su carne y sus patatas y sus contradicciones.

A veces conviene ir por la superficie de la vida, del planeta, sólo deslizándose, patinando, sin detenerse

apenas, usando poco la laringe y aún menos el oído: apenas dejándose ver, entre brumas, dando besos

al paso.

De sucursal en sucursal, instintiva o adivinatoriamente, de tribu en tribu, siempre ausentándose,

marchándose, que ya se sabe que la presencia disminuye el prestigio personal y social a mucha velocidad.

Ir siempre por delante de la vida, o casi, estar siempre ahí, donde la actualidad se hace presente o

el presente se hace actualidad, donde se va abriendo la grieta del tiempo que avanza, justamente

en esa fractura que recorre el mundo como un silencioso terremoto de horas.

Parecerse a la vida o ser la vida, al menos en su fugacidad imprevisible, en esa marcha, que tiene

que ser mucho más rápida que las causas y los efectos, que se parece más a la sorprendente

espontaneidad, que no corrige y utiliza el error como fuente de energía y da unos sabrosos besos

al paso, sólo al paso.

 

 

 


 

 

 

 

 

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