Aunque contenga su desbordante vitalidad, sus desmesurados impulsos y sus siempre insatisfechos afectos,

Gisele es una mujer folclórica de temperamento y de deseos profanos.

Una mujer tremenda, una fuerza de la naturaleza, como cuando un río se desborda o un viento huracanado

levanta en el aire toda la cosecha de melones de la comarca.

El poeta nos dice que toda vida es vivida, y se pregunta quién la vive, quién vive la vida: ¿son los vientos

que se alzan del mar, las flores que tejen sus perfumes, las largas avenidas que envejecen, los calientes animales

que andan, las aves que, extrañas, levantan el vuelo?

Creo que conviene añadir otra opción a las que ofrece el poeta: ¿es Gisele, acaso, es ella quien vive la vida?

Sin duda, puede llenar cualquier existencia de aguas turbias y salvajes, de rosados lacitos de amor,

de los celos y desplantes propios de una real hembra siempre insatisfecha, amante de la novedad

y de la sorpresa y de la improvisación.

Una mujer estupenda, Gisele, siempre queriendo ir más allá, que ignora las normas de la convivencia

y de la civilización y de la vida, siempre dispuesta a llegar al extremo, al abismo, a la materia cruda del universo.

Gisele se hace legítima publicidad, a su manera. Quizá necesite sentirse comprada o vendida, ser un asunto

de negocio y consumo: simplemente para conocer con exactitud su cotización en cada momento.

Parpadeando sin ingenuidad, se ofrece como material sensible y deseable, incitando los instintos predadores

del consumidor medio.

Se muestra como una mercancía sabrosa y útil, apetecible y práctica, inaccesible de precio y delicada de trato,

en compraventa pero insobornable, dulce pero tirana. Gisele.

La recta es la línea más corta entre dos puntos, pero también la menos atractiva.

 

 

 


 

 

 

 

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