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el viejo DEUTERONOMIO

 

Mucho ha vivido el viejo, viejo Deuteronomio,

Muchas vidas de gato en una larga historia

Precede su prestigio a la Reina Victoria,

Y lo cantan baladas compuestas en su encomio.

Enterró a nueve esposas el gran Deuteronomio-,

Y aún puede que fueran más bien noventa y nueve;

Hoy su innúmera prole prospera y se conmueve,

Y aplaude nuestra aldea su bien ganada gloria.

A la vista de aquel plácido rostro viejo,

Tomando el sol ahí, pacífico y ufano,

El anciano del pueblo gruñe: “¡Por mi pellejo…!

 

Será o no será… ¿Sí es…? Mi mente falla,       

Lo admito. Pero… es el veterano,      

O creo que sería, con el pelo ya cano,      

El quintañón Deuteronomio, ¡vaya!”

El gran Deuteronomio se sienta en las callejas,

O en la Calle Mayor, en día de mercado;

Mujan los bueyes, balen las ovejas,

Los perros y pastores las apartan a un lado;

Rodarán sobre el prado los coches y camiones,

Pues la gente del pueblo las calles ha cerrado

Para que nada inquiete ni estorben los montones

El reposo del gato, tan cansado

Que no repara en ese general manicomio.

     Entonces el anciano del pueblo gruñe: “¡Zas!
     ¿Será posible, o qué supones?
     ¡Válgame diablos rojos!
     ¡Aunque con la vejez no ven mis pobres ojos,

Intuyo que el causante contumaz

De todo esto es Deuteronomio!”

El gran Deuteronomio descansa sobre el suelo

Del Bar del Zorro Verde para dormir un pisto;

Y cuando la clientela reclama un licorzuelo

Antes de irse, la patrona: “Insisto

En que todos se marchen por la puerta trasera,”

Advierte, “porque yo, señores, no resisto

Tener que perturbar esta imagen señera,

Y llamaré a la guardia, si necesario fuera”-

Y todos se deslizan sin chistar por lo visto,

A fin de preservar la felina modorra

Que debe tutelarse por encima del momio,

Quiéralo o no el cachorro de la muy verde zorra:

Y el anciano del pueblo gruñe: “¡Por San Ignacio,

     Ya me voy del espacio
     Del Zorro y de la Zorra,

Pero con estas piernas me marcharé despacio,

Para no despertar al gran Deuteronomio”.

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old DEUTERONOMY

 

Old Deuteronomy’s lived a long time;

He’s a Cat who has lived many lives in succession.

He was famous in proverb and famous in rhyme

A long while before Queen Victoria ‘s accession.

Old Deuteronomy’s buried nine wives

And more-l am tempted to say, ninety-nine;

And his numerous progeny prospers and thrives

And the village is proud of him in his decline.

At the sight of that placid and bland physiognomy,

When he sits in the sun on the vicarage wall,

The Oldest Inhabitant croaks: ‘Well, of all .. .

Things … Can it be .. really! .. .No! . .. Yes! . . .

Ho! hi!

Oh, my eye!

My sight may be failing, but yet I confess

I believe it is Old Deuteronomy!’

Old Deuteronomy sits in the street,

He sits in the High Street on market day;

The bullocks may bellow, the sheep they may bleat,

But the dogs and the herdsmen will turn them away.

The cars and the lorries run over the kerb,

And the villagers put up a notice: ROAD CLOSED­

So that nothing untoward may chance to disturb

Deuteronomy’s rest when he feels so disposed

Or when he’s engaged m domestic economy:

And the Oldest Inhabitant croaks: ‘Well, of all . . .

Things . . . Can it be . . .really! . . . No! . . . Yes! . . .

Ho! hi!

Oh, my eye!

I’m deaf of an ear now, but yet I can guess

That the cause of the trouble is Old Deuteronomy! 

Old Deuteronomy lies on the floor

Of the Fox and French Horn for his afternoon sleep;

And when the men say: ‘There’s just time for one more, ‘

Then the landlady from her back parlour will peep

And say: ‘Now then, out you go, by the back door,

For Old Deuteronomy mustn’t be woken-

1’11 have the police if there’s any uproar’-

And out they all shuffle, without a word spoken.

The digestive repose of that feline’s gastronomy

Must never be broken, whatever befall:

And the Oldest Inhabitant croaks: ‘Well, of all . . .

Things . . . Can it be . . . really! . . . Yes! . . . No! . . .

Ho! hi!

Oh, my eye!

My legs may be tottery, I must go slow

And be careful of Old Deuteronomy!

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Escribir sobre gatos es asunto muy serio, aunque sin duda alguna hay otros ciudadanos que opinan que un poeta «serio» como Eliot no puede perder el tiempo escribiendo sobre gatos. No vamos a explicar aquí, a estas alturas, y con motivo de este libro, quién es Eliot, ni qué representa en la poesía del siglo XX ; no sólo como poeta, sino también como crítico y como dramaturgo. Estos pocos poemas gatunos son, de acuerdo con un criterio estrecho y profesoral, como si el poeta hubiera echado una cana al aire, por lo que resulta imprescindible citar la poesía del «nonsense», a Lewis Carroll y a Edward Lear, para guardar el tipo. Pero Eliot no necesita recurrir a Carroll ni a Lear para ofrecernos su propio catálogo de gatos; ni siquiera para justificarse.

El libro de los gatos habilidosos del viejo Possum no es menos obra de Eliot que cualquiera de sus grandes poemas, tan severos y prestigiosos.

Pero si este Eliot de los gatos es más ligero, está más despreocupado y no está escribiendo un poema que cambie el destino de la poesía en el mundo y en el siglo, no por ello su verso se torna fácil y mucho menos es trivial. Cada edad debe tener su propia poesía, pero siempre rigurosa. La poesía para niños, como Eliot aquí demuestra, no ha de estar escrita en versos menos cuidados que los que se escriben para adultos. Ritmo y rimas, a veces internas, dificultan la traducción de estos poemas, animosamente emprendida por Regla Ortiz, hija del poeta Fernando Ortiz, y culminada con éxito. Regla Ortiz, con amplio conocimiento de la lengua inglesa y buen sentido poético ha conseguido –como señala Fernando Ortiz– «traducir estos poemas con ritmo, y en la mayor parte de los casos, respetando las rimas, incluso internas, del original. Y ha conseguido también algo más difícil: trasladar al español, casi literalmente, el sentido del humor de los poemas eliotianos».

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Podemos dividir a estos poemas de los gatos habilidosos («practical cats») en dos bloques: los propiamente anecdóticos y los didácticos, incluyendo entre éstos a los titulados «Cómo llamar a un gato» y «Cómo dirigirse a un gato». Los primeros refieren historias de gatos particulares, algunos de cuyos nombres ya hemos dado. Por ellos nos enteramos de que no hay gato tan listo como Mefistolisto, o de que Mangozipi y Rampelzape fueron un par de gatos muy populares. Pero los poemas «didácticos» nos dan normas de carácter general para dirigirnos a ellos y para convivir con ellos. En primer lugar, quien se dirija a un gato debe tener en cuenta que un gato no es un can. Un gato no se conforma con cualquier cosa; es preciso darle alguna prueba de amistad, como «alguna cena especial, salmón o caviar, o quizás lubina a la sal». El gato, añado yo de mi propia cosecha, es un gastrónomo exigente, y como ser civilizado, ama los alimentos cocinados, y como trata al dueño de la casa de igual a igual, le gusta comer lo que come él, y si es posible, de su plato.

Estos poemas, publicados por vez primera en 1939, fueron escritos por Eliot para diversión de los hijos de los Faber, los dueños de la editorial que él dirigía. Luego, al publicarlos, se dirigieron a un público infantil más amplio. De que el poeta disfrutó escribiéndolos es muestra el hecho de que los tarareaba antes de dormirse. Este Eliot gatuno nos revela a un poeta inédito, en el que todavía quedaba un aspecto desconocido. Pero, como escribe Fernando Ortiz: «Hay algo más y es la alegría. Pues el tiempo pasa sin prisas para quien tiene siete vidas».

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