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Iza está en un espasmo de sol o de viento, en los balcones de su villa, donde las criaturas vegetales
dejan (mucho) que desear: esas plantas necesitan una aspirina con el agua de riego, si es que les llega
el agua de riego.
Quizá también afectada por el viento insano o por el sol venenoso que está agostando a las plantas,
Iza está (como) traspuesta, traslocada o dislocada, con todo el cabello despeinándole la cara y con toda
la cara entregada a un plácido orgasmo.
Apoyada con los dos brazos en la barandilla barriguda, esta hermosa mujer es un encanto; ha desplegado
al sol, con estilo, todos los pétalos de sus muchas flores buscando un color nuevo para su piel y un sabor
dulce para su roja sangre.
Tal vez cabecea de ensueño o de placer, pero sin perder pie, sin caerse del cartel.
Con calidad profesional y salvando la montura mete la cara a fondo y mira a lo alto con los ojos cerrados,
combinando entrega y posesión, autodominio y ensueño.
Son pocos los seres humanos que olvidan todo lo aprendido y se atreven a soñar como ahora sueña Iza.
La historia de la historia es siempre la misma historia y en los márgenes están los agujeritos.
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