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De negro y sin tortugas, Isabeli tal vez está en una oficina real de la vida misma, donde se curra
a horario, con vacaciones contadas, mientras el personal va haciendo sus cosas con denuedo y esperanza.
De pie y de botas totales, negras y brillantes como una noche sin luna, Isabeli está seria y formal
y lleva los brazos puestos a lo largo del cuerpo físico, uno a cada lado, paralelos y hasta simétricos,
del mismo color y de piel blanca.
Lleva el pelo recogido, sin aspavientos, y nos mira en directo, con los ojos azules nublados de verde,
o al revés. Sobre las botas y el top, se ha puesto un vestido traslúcido con cintas y cenefas.
Como es natural, el negro en masa está empezando a comerse la luz del día y de la vida y, con el tiempo,
la devorará por completo, sin escupir ni los huesos.
En pose de sotana y tal vez en día jueves, Isabeli cabalga en la hermosa imagen de sí misma, en su propia
figura, haciendo negro hasta sacar espuma y detenida en dos sin abrazarse: hermosa como una tonelada,
como un humo quieto, como un esbelto pizarrón.
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