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poem by the bridge at Ten-Shin
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March has come to the bridge head,
Peach boughs and apricot boughs hang over a thousand gates,
At morning there are flowers to cut the heart,
And evening drives them on the eastward-flowing waters.
Petals are on the gone waters and on the going,
And on the back-swirling eddies,
But to-day’s men are not the men of the old days,
Though they hang in the same way over the bridge-rail.
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The sea’s colour moves at the dawn
And the princes still stand in rows, about the throne,
And the moon falls over the portals of Sei-go-yo,
And clings to the walls and the gate-top.
With head gear glittering against the cloud and sun,
The lords go forth from the court, and into far borders.
They ride upon dragon-like horses,
Upon horses with head-trappings of yellow metal,
And the streets make way for their passage.
Haughty their passing,
Haughty their steps as they go in to great banquets,
To high halls and curious food,
To the perfumed air and girls dancing,
To clear flutes and clear singing;
To the dance of the seventy couples;
To the mad chase through the gardens.
Night and day are given over to pleasure
And they think it will last a thousand autumns,
Unwearying autumns.
For them the yellow dogs howl portents in vain,
And what are they compared to the lady Riokushu,
That was cause of hate!
Who among them is a man like Han-rei
Who departed alone with his mistress,
With her hair unbound, and he his own skiffsman!
poema junto al puente de Ten-Shin
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Llegó marzo a la cabecera del puente,
ramas de melocotoneros y duraznos cuelgan sobre un millar de pórticos,
al alba hay tantas flores que se te parte el corazón,
y por la tarde flotan en las aguas que fluyen hacia el este.
Hay pétalos en las aguas idas y en las que se están yendo,
y en los remolinos que las hacen volver,
pero los hombres de hoy no son los hombres de ayer,
aunque se asomen a la barandilla de la misma manera.
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El color del mar cambia al amanecer
y los príncipes aún se yerguen en filas, junto al trono;
la luna cae sobre los portones de Sei-go-yo
y se adhiere a los muros y dinteles.
Con cascos que relucen frente a nubes y sol,
los señores se alejan de la corte hasta lejanos confines.
Montan caballos que parecen dragones,
caballos con arneses de amarillo metal,
y las calles se abren a su paso.
Altivo el porte,
altivo el caminar cuando van a grandes banquetes,
a nobles salones, a comidas exóticas,
a ambientes perfumados, y a bailarinas jóvenes,
a flautas y voces de límpido sonido
a un baile de setenta parejas;
a la loca persecución por los jardines.
Noche y día se entregan al placer
y creen que esto habrá de durar un millar de otoños,
de incansables otoños.
En vano los perros amarillos les aúllan presagios,
¡y qué son comparados con la dama Riokushu,
que causó tantos odios!
¡Quién entre ellos es un hombre como Jan-rei,
que partió en solitario con su amante,
suelto el cabello, y él al timón del barco!
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