Nada es veloz en tu memoria salvo los ojos del
suicida, el que encendía árboles con sus manos
expertas en la pobreza y en la ira;
nada es verdad y los presagios atravesaron en vano
tus oídos, ah miserable ante la nieve.
Baja a la eternidad de las letrinas blancas hasta que
sientas el silencio y su pureza te confunda,
oigas campanas y el huracán de las alondras,
veas el rostro inútilmente amado.
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