poesía y realidad
antonio gamoneda
ENCUENTROS EN VERINES 2004
Casona de Verines. Pendueles (Asturias)
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Todo lenguaje genera conocimiento.
Lo innombrado no tiene existencia intelectual, es lo Desconocido.
Pero lo Desconocido es también lo aún no nombrado y en este aún se sitúa la posibilidad de un lenguaje creador, de un lenguaje de “revelación”.
Según esto, podemos convenir en que existen, cuando menos, dos lenguajes: el de lo Conocido, que es lenguaje informativo y pactado en todas sus variantes (coloquial, científico, técnico y hasta literario) y el de lo Desconocido, que es el que, según José Luis Pardo, al producirse, “habla de lo que no existía” y, añado yo, crea aquello que no existía porque confiere al “aquello” una existencia intelectual.
Lenguaje de creación, por tanto, y, simultáneamente lenguaje de revelación dado que “lo que no existía” era también lo Desconocido.
Estos lenguajes no están diferenciados por su morfología, sino por su consistencia, su manera de relacionarse y su función.
Pienso que no existe más que un lenguaje que sea simultáneamente creador y de revelación, pienso que éste es el lenguaje poético.
Entiendo que se da una perturbación de sentido cuando se propone que la poesía asuma la experiencia cotidiana en términos realistas con significación unívoca y se exige un léxico articulado en la “claridad”, es decir equivalente al lenguaje convencional, pactado y establecido. Esto está sucediendo y se pretende, además que de esta manera se configura un lenguaje poético históricamente oportuno.
La palabra tiene siempre un significado. El que el significado poético sea un imposible en el “exterior” del lenguaje, el que carezca de referente no supone necesariamente una irrealidad. Sucede que la palabra será autorreferente o intrarreferente, que su realidad será efectiva en el cuerpo de la palabra misma.
Cuanto digo del lenguaje, en particular del lenguaje poético, lo digo también del pensamiento, y, en particular, del pensamiento poético.
Sin ir más allá del A B C de la antropología, sabemos que el pensamiento resulta del lenguaje y retorna al lenguaje para resultar, otra vez y más allá, acrecentado.
Se trata de una incesante y progresiva secuencia. Pues bien, esta secuencia en su aplicación a la realidad dada y objetiva, será lógicamente mediante un lenguaje de naturaleza informativa, con significaciones claras y unívocas, potencia denotativa y un realismo fundamentado en el hábito.
Nada se opone a que haya causas y ocasiones en que este lenguaje convenido se cargue de sentimentalidad o de ornamentación, y tampoco para que, hasta cierto punto sea utilizado en función estética. En todo caso debemos aceptar que estaremos dentro del lenguaje convenido, pactado, que, dicho sea de paso, es el lenguaje del poder.
Y debemos recordar que la poesía no es obligatoriamente informativa.
El lenguaje poético tiene su desencadenante en un impulso de la especie sensible, en un impulso musical. Dice Eliot que la generación poética consiste en la “aprehensión sensorial y directa del pensamiento poético”. Permitidme subrayar: “sensorial y directa”.
Por mi parte defiendo que la música es el estado original del pensamiento poético.
Dicho de otra manera más figurativa: se trata de un pensamiento que canta. Este pensamiento “que canta” se sitúa más allá del pensamiento vinculado a los juicios comunes.
Es un pensamiento que se origina precisamente de la normativa común del pensar.
Casi todo el mundo lo admite y dice: la poesía es una forma de conocimiento. Pero, ¿qué clase de conocimiento?.
No es el conocimiento común nacido de aprendizaje o de investigación, no es, insisto, necesariamente el conocimiento de la realidad dada y ya conocida por otros medios, aunque pueda incluirlo es conocimiento de otra realidad. Pero, ¿qué clase de realidad?.
La poesía genera primordialmente conocimiento de la realidad que ella misma crea y revela, conocimiento de la realidad que ella misma es.
Por eso no necesita, aunque pueda hacerlo con valor secundario, referirse a; no está necesariamente obligada a informar sobre una realidad establecida en el exterior de ella misma, en el exterior de la poesía.
Pero quiero dejar claro que a mí también me importa mucho esa realidad exterior, la realidad de este mundo inevitablemente amado, de este mundo injusto.
En nuestra parcela privilegiada, por ejemplo, la democracia se identifica con un liberalismo falaz que segrega un pensamiento programadamente débil.
Instalarse en el pensamiento débil-único, le dicen también- me perece una inmoralidad; utilizar en poesía el lenguaje que se corresponde con ese pensamiento débil, me parece una actividad reaccionaria, con independencia de que pueda estar cargada de buenas intenciones.
Que la escritura esté impregnada de este pensamiento desprovisto de sentido, es un error. Sólo la rebeldía del pensamiento utópico, que resultará irrealista y anormal aparentemente respecto del pensamiento débil y normalizado, tiene dignidad y sentido sólo la rebeldía de la creación libre (estoy citando otra vez a José Luis Pardo) puede ser crítica y enfrentarse moralmente frente a la existencia dirigida.
Este es un asunto para la conciencia pero lo es también para el lenguaje.
Naturalmente, ir de irrealista o hermético sin más, no otorga cédula de poeta, pero la analogía del lenguaje poético minirrealista, normalizado y pretendidamente poético, con los lenguajes informativos instrumentados por los poderes económico y político en sus tecnologías mediáticas, es la prueba de su inanidad, de su condición no creadora.
El realismo domesticado que se tiene por hegemónico en la poesía española, se deduce del neocapitalismo de la misma estéril manera que los realismos socialistas se deducían del comunismo institucionalizado en los países del Este.
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