libro del desasosiego
livro do desassossego
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Detrás de los primeros menos-calores del estío terminado, han venido, en los acasos de las tardes, ciertas coloraciones más suaves del cielo amplio, ciertos retoques de brisa fría que anuncian al otoño. No era todavía el desverdecer del follaje, o el desprenderse de las hojas, ni esa vaga angustia que acompaña a nuestra sensación de muerte exterior, porque lo ha de ser también la nuestra.
Era como un cansancio del esfuerzo existente, un vago sueño sobrevenido a los últimos gestos del hacer. Ah, son las tardes de una tan afligida indiferencia que, antes que comience en las cosas, comienza en nosotros el otoño.
Cada otoño que viene está más cerca del otoño que tendremos, y lo mismo es verdad del verano y del estío; pero el otoño recuerda, por lo que es, el acabarse de todo, y en el verano o en el estío es fácil, de mirar, que lo olvidemos. No es todavía el otoño, no está todavía en el aire el amarillo de las hojas caídas o la tristeza húmeda del tiempo que va a ser más tarde invierno.
Pero hay un resquicio de tristeza anticipada, una angustia vestida para el viaje, en el sentimiento en el que estamos vagamente atentos a la difusión colorida de las cosas, al otro tono del viento, al sosiego más viejo que se arrastra, si cae la noche, por la presencia inevitable del universo.
Sí, pasaremos todos, pasaremos todo. Nada quedará de lo que gastó sentimientos y guantes, de lo que habló de la muerte y de la política local. Como es la misma luz la que ilumina las faces de los santos y las polainas de los transeúntes, así será la misma falta de luz la que dejará en lo oscuro la nada que quede de haber sido unos santos y otros gastadores de polainas.
En el vasto remolino, como el de las hojas secas, en que yace indolentemente el mundo entero, tanto importan los reinos como los vestidos de las costureras, y las trenzas de la niñas rubias van en el mismo giro mortal que los cetros que han figurado a los imperios.
Todo es nada, y en el atrio de lo Invisible, cuya puerta abierta muestra apenas, en frente, una puerta cerrada, bailan, esclavas de ese viento que las revuelve sin manos, todas las cosas, pequeñas y grandes, que han formado, para nosotros y en nosotros, el sistema sentido del universo.
Todo es sombra y polvo removido, no hay más voz que la del ruido que hace lo que el viento levanta y arrastra, ni más silencio que el de lo que el viento abandona. Unos, hojas leves, menos presas de la tierra por más leves, van altos por el vórtice del atrio y caen más lejos que el círculo de los pesados. Otros, casi invisibles, polvo igual, diferente sólo si lo viésemos de cerca, se hacen cama a sí mismos en el remolino.
Otros todavía, miniaturas de troncos, son arrastrados circularmente y terminan acá y allá.
Un día, al final del conocimiento de las cosas, se abrirá la puerta del fondo, y todo lo que fuimos —basura de estrellas y de almas— será barrido hacia fuera de casa, para que lo que existe vuelva a empezar.
El corazón me duele como un cuerpo extraño. Mi cerebro duerme todo cuanto siento. Sí, es el principio del otoño el que trae al aire y a mi alma esa luz sin sonrisa que va orlando de amarillo muerto el redondeamiento confuso de las pocas nubes del poniente. Sí, es el principio del otoño, y el conocimiento claro, en la hora límpida, de la insuficiencia anónima de todo.
El otoño, sí, el otoño, el que hay o el que va a haber, y el cansancio anticipado de todos los gestos, la desilusión anticipada de todos los sueños. ¿Qué puedo yo esperar y de qué? Ya, en lo que pienso de mí, voy entre las hojas y los polvos del atrio, en la órbita sin sentido de ninguna cosa, haciendo ruido de vida en las losas limpias que un sol angular dora de final no sé dónde.
Todo cuanto he pensado, todo cuanto he soñado, todo cuanto he hecho o no he hecho —todo esto se irá en el otoño, como las cerillas usadas que tapizan el suelo en diferentes sentidos, o los papeles estrujados en falsas pelotas, o los grandes imperios, las religiones todas, las filosofías con que han jugado, al hacerlas, los hijos soñolientos del abismo.
Todo cuanto ha sido mi alma, desde todo a lo que he aspirado a la casa vulgar en que vivo, desde los dioses que he tenido hasta el patrón Vasques que también he tenido, todo se va en el otoño, todo en el otoño, en la ternura indiferente del otoño. Todo en el otoño, sí, todo en el otoño…
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14-9-1931
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Atrás dos primeiros menos-calores do estio findo vieram, nos acasos das tardes, certos coloridos mais brandos do céu amplo, certos retoques de brisa fria que anunciavam o outono. Não era ainda o desverde da folhagem, ou o desprenderemse das folhas, nem aquela vaga angústia que acompanha a nossa sensação da morte externa, porque o há-de ser também a nossa.
Era como um cansaço do esforço existente, um vago sono sobrevindo aos últimos gestos de agir. Ah, são tardes de uma tão magoada indiferença, que, antes que comece nas coisas, começa em nós o outono.
Cada outono que vem é mais perto do último outono que teremos, e o mesmo é verdade do verão ou do estio; mas o outono lembra, por o que é, o acabamento de tudo, e no verão ou no estio é fácil, de olhar, que o esqueçamos. Não é ainda o outono, não está ainda no ar o amarelo das folhas caídas ou a tristeza húmida do tempo que vai ser inverno mais tarde.
Mas há um resquício de tristeza antecipada, uma mágoa vestida para a viagem, no sentimento em que somos vagamente atentos à difusão colorida das coisas, ao outro tom do vento, ao sossego mais velho que se alastra, se a noite cai, pela presença inevitável do universo.
Sim, passaremos todos, passaremos tudo. Nada ficará do que usou sentimentos e luvas, do que falou da morte e da política local. Como é a mesma luz que ilumina as faces dos santos e as polainas dos transeuntes, assim será a mesma falta de luz que deixará no escuro o nada que ficar de uns terem sido santos e outros usadores de polainas.
No vasto redemoinho, como o das folhas secas, em que jaz indolentemente o mundo inteiro, tanto faz os remos como os vestidos das costureiras, e as tranças das crianças louras vão no mesmo giro mortal que os ceptros que figuraram impérios.
Tudo é nada, e no átrio do Invisível, cuja porta aberta mostra apenas, defronte, uma porta fechada, bailam, servas desse vento que as remexe sem mãos, todas as coisas, pequenas e grandes, que formaram, para nós e em nós, o sistema sentido do universo. Tudo é sombra e pó mexido, nem há voz senão a do som que faz o que [o] vento ergue e arrasta, nem silêncio senão do que o vento deixa.
Uns, folhas leves, menos presas de terra por mais leves, vão altas do rodopio do Átrio e caem mais longe que o círculo dos pesados. Outros, invisíveis quase, pó igual, diferente só se o víssemos de perto, faz cama a si mesmo no redemoinho.
Outros ainda, miniaturas de troncos, são arrastados à roda e cessam aqui e ali.
Um dia, no fim do conhecimento das coisas, abrir-se-á a porta do fundo e tudo o que fomos – lixo de estrelas e de almas – será varrido para fora da casa, para que o que há recomece.
Meu coração dói-me como um corpo estranho. Meu cérebro dorme tudo quanto sinto. Sim, é o princípio do outono que traz ao ar e à minha alma aquela luz sem sorriso que vai orlando de amarelo morto o arredondamento confuso das poucas nuvens do poente.
Sim, é o princípio do outono, e o conhecimento claro, na hora límpida, da insuficiência anónima de tudo. O outono, sim, o outono, o que há ou o que vai haver, e o cansaço antecipado de todos os gestos, a desilusão antecipada de todos os sonhos. Que posso eu esperar e de quê? Já, no que penso de mim, vou entre as folhas e os pós do átrio, na órbita sem sentido de coisa nenhuma, fazendo som de vida nas lajes limpas que um sol angular doura de fim não sei onde.
Tudo quanto pensei, tudo quanto sonhei, tudo quanto fiz ou não fiz – tudo isso irá no outono, como os fósforos gastos que juncam o chão em diversos sentidos, ou os papéis amarrotados em bolas falsas, ou os grandes impérios, as religiões todas, as filosofias com que brincaram, fazendo-as, as crianças sonolentas do abismo.
Tudo quanto foi minha alma, desde tudo a que aspirei à casa vulgar em que moro, desde os deuses que tive ao patrão Vasques que também tive, tudo vai no outono, tudo no outono, na ternura indiferente do outono. Tudo no outono, sim, tudo no outono…
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Libro del desasosiego
Fernando Pessoa
Traducción del portugués, organización,
introducción y notas de Ángel Crespo
Editorial Seix Barrai, S. A., 1984 y 1997
Córcega, 270 – 08008 Barcelona (España)
Edición especial para Ediciones de Bolsillo, S. A.
Segunda edición en esta colección: julio de 1997
Livro do Desassossego
Fernando Pessoa
Composto por Bernardo Soares,
ajudante de Guarda-livros na cidade de Lisboa
Formatado pelo Grupo Papirolantes
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