discursos premios nobel
william faulkner
premio nobel de literatura 1949
el hombre prevalecerá
Siento que este premio no se me concedió a mí como hombre, sino a mi trabajo —la labor de una vida en la agonía y en el sudor del espíritu humano. Sin perseguir la gloria y mucho menos el beneficio, mi idea fue producir los materiales del espíritu humano que antes no existían, y así este premio, en verdad, se me ha ofrecido solamente a mí. No será difícil encontrarle una dedicatoria a la parte del dinero, proporcionalmente con el propósito y el significado de su origen. Sin embargo me gustaría hacer lo mismo con la aclamación, utilizando este momento como cúspide desde la cual me puedan oír los hombres jóvenes y las mujeres dedicadas también a la misma angustia y afán que implica la literatura, entre quienes sin duda estará aquel que algún día se ubique en el lugar donde yo estoy parado.
Nuestra tragedia hoy es un miedo físico general y universal que nos ha acompañado desde hace tanto tiempo que incluso ahora podemos cargarlo. Ya no hay problemas del espíritu. Hay solamente una pregunta: ¿Cuándo reventaré? Debido a esto, el hombre o la mujer joven que escriben en la actualidad han olvidado que los problemas del corazón humano en conflicto consigo mismo pueden por sí solos escribir bien, porque solamente ellos deben ser escritos, y ameritan la pena, la agonía y el sudor. Ellos deben ser aprendidos otra vez. Deben enseñar que la base de todas las cosas es tener miedo: y, aprendiendo eso, es necesario olvidarlo para siempre, y no permitir un espacio más que para las viejas realidades y verdades del corazón, las verdades universales que necesitan de cualquier historia efímera y condenada —amor y honor y lástima y orgullo y compasión y sacrificio—. Mientras no lo hagan, trabajarán en la maldición. Escribirán no de amor sino de lujuria, de las derrotas en las que nadie pierde ningún valor, y de las victorias sin esperanza, y lo peor de todo, narrarán sin lástima o compasión. Sus penas no podrán condolerse de los huesos universales, y no les dejarán cicatriz alguna. Escribirán no con el corazón sino con las glándulas.
Hasta que aprendan estas cosas, escribirán como si sólo estuvieran detenidos observando el final del hombre. Yo no creo en el fin del hombre. Es simple decir que el hombre es inmortal sencillamente porque prevalecerá, porque cuando el eco de la última campanada del juicio se haya silenciado en la última y más miserable roca, vacilante, aunque ya no la sacuda la marea, en el último crepúsculo rojizo y agonizante, aún entonces habrá un sonido más: el de la mezquina pero inextinguible voz humana que seguirá hablando sin cesar. Yo me niego a aceptar esto, porque no sólo creo que el hombre perdurará, sino que prevalecerá. Es inmortal, no por ser la única criatura poseedora de una voz inagotable, sino porque tiene un alma, un espíritu capaz de compasión, de sacrificio y resistencia… El deber del poeta, del escritor, es escribir sobre esas cosas. Es su privilegio ayudar a que el hombre resista elevándole el corazón, recordándole el coraje y el honor y la esperanza y el orgullo y la compasión y la piedad y el sacrificio que han sido la gloria del pasado. La voz del poeta necesita no simplemente ser el recuerdo del hombre, debe ser uno de los pilares esenciales que lo ayuden a resistir y a prevalecer.
Copyright © 1949, The Nobel Foundation
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