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romance
Mi dama… la encontraron mutilada
en una pensión de la calle de la
Montaña.
Mi dama era un encanto, alta, esbelta,
como una de las muchachas de
Tennyson,
y siempre te la imaginabas erguida
a lomos de un
pura sangre
en el bosque privado de alguien.
Pero allí la tenías,
desnuda en una cama vieja, cortes de
cuchillos
cruzándole los pechos, las piernas
todas a tajos:
Muerta dos días
Me prometieron que habría pronto un
culpable.
Espiaremos a los adolescentes
que examinan cubiertas de libros
de bolsillo en las tiendas de deshoras.
Tomaremos nota de las sonrisas más
amplias en las escenas de torturas
en los cines
Vigilaremos a los viejos de la plaza
del
Dominio
cómo siguen con los ojos
a las secretarias del Sun Life a las
cinco y media…
Quizá los periodicuchos le alarmaron.
Fuera quien fuera, el joven vino solo
a ver cómo a la rubia aterrorizada le
desgarraban
toda la blusa manos anónimas;
la persona se protegió la boca
quien vio el atizador amoratar los
ojos
del prisionero romano;
el viejo simulaba dar cuerda a su reloj
de bolsillo..
El individuo nunca fue descubierto.
¡Hay tantas ciudades!
tantos que sabían de mi dama y de su
belleza.
Quizá vino de Toronto, un tipo medio
loco
buscando un amor de domingo;
o un poeta malvado atrapado mucho
tiempo en el frío Winnipeg;
o uno de Nueva Escocia que huía de
rocas y predicadores…
Todo el mundo conocía a mi dama
por las películas y las galerías de
arte:
el cuerpo, de Goldwyn, sus largos
miembros los dibujó Botticelli,
Rosetti, la boca carnosa.
Ingres dio el color a su piel.
No tenía que haber caminado tan
atrevida por las calles.
A fin de cuentas, era el año mariano,
el año
que los rabinos emergen de su exilio
en el desierto, el año
que la gente estaba inflamada por los
anuncios de pasta de dientes
La enterramos en primavera.
Los gorriones en su vuelo
lloraron de que una cara tan bella
la ocultáramos bajo el suelo.
Las flores, todas rosas, tanta rosa,
tanta rosa
eran todas tan fragantes
que todas mis amigas fueron amantes
y bailamos sobre su fosa.
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ballad
My lady was found mutilated
in a Mountain Street boarding house.
My lady was a tall slender love,
like one of Tennyson’s girls,
and you always imagined her erect on
a
thoroughbred
in someone’s private forest.
But there she was,
naked on an old bed, knife slashes
cross her breasts, legs badly cut up:
Dead two days.
They promised me an early conviction.
We will eavesdrop on the adolescents
examining pocket-book covers in
drugstores.
We will note the broadest smiles at
torture scenes
in movie houses.
We will watch the old men in Dominion
Square
follow with their eyes
the secretaries from the Sun Life at
five-thirty…
Perhaps the tabloids alarmed him.
Whoever he was the young man came
alone
to see the frightened blonde have
her blouse
ripped away by anonymous hands;
the person guarded his mouth
who saw the poker blacken the
eyes
of the Roman prisoner;
the old man pretended to wind his
pocket-watch..
The man was never discovered.
There are so many cities!
so many knew of my lady and her
beauty.
Perhaps he came from Toronto, a halfcrazed
man
looking for some Sunday love;
or a vicious poet stranded too long in
Winnipeg;
or a Nova Scotian fleeing from the
rocks and preachers…
Everyone knew my lady
from the movies and art-galleries,
Body from Goldwyn. Botticelli had
drawn her long limbs.
Rosetti the full mouth.
Ingres had coloured her skin.
She should not have walked so
bravely
through the streets.
After all, that was the Marian year, the
year
the rabbis emerged from their desert
exile, the year
the people were inflamed by
tooth-paste ads.
We buried her in Spring-time.
The sparrows in the air
wept that we should hide with earth
the face of one so fair.
The flowers they were roses
and such sweet fragrance gave
that all my friends were lovers
and we danced upon her grave.
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Revista Alicantina de Estudios Ingleses, Departamento de Filología Inglesa, Universidad de Alicante,
ALICANTE (Spain)
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