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Bono, Isabel. Pan comido.
Madrid; Ed. Bartleby, 2011
los aviones que
cruzan el cielo
de tu boca
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Dos amigos, dos libros, dos veces tu nombre.
Puse La cena en el walkman y salí a la calle:
Todos te miraban tú seguías disimulando.
Es extraño que no me acostumbre.
El sueño de los escarabajos, pensé y cerré los ojos.
Pocas historias se parecen a ésta, me gustaría decir
pero todas son la misma
todas una y tengo los pies helados.
‒Ojalá ese ruido fuese lluvia.
Nos quieren salvar de las vías muertas, de la fiebre.
Si la fiebre fuera sólo pájaros negros
en el techo de un vagón de mercancías
levantando el vuelo,
como si cada pájaro fuese una gota de agua
y el sol evaporara pájaros, no gotas.
He tenido muchas veces esta sensación
pero sin ti (así que no hables).
‒Todo el mundo necesita una historia.
Niña de película, me llamabas.
Yo pude estar en el estudio de San Girolamo, pero
Antonello de Mesina no quiso casarse con mi madre,
le dije para romper el hielo.
‒¿De qué te ríes ahora?
De las coincidencias, dijo.
Fue al servicio y yo seguí hablándole a través de la puerta.
Después bailamos cogidos de la mano.
A simple vista el mundo era nuestro
lo que podíamos tocar nos pertenecía.
Sin duda, él era el hombre
que mejor miraba del mundo.
Pero no me enamoré de él por eso.
Me enamoré de él porque era piloto, y yo
era un ser perplejo que no se defendía
del equilibrio de las grúas ni del vértigo.
No es culpa tuya, pero todas las luces escondían
(ahora) un mensaje cifrado
o lo que es lo mismo: no había amor comparable
a mirar aviones tomando tierra.
Tan lejos el perfil del mundo
al que no llegará ninguna de mis maletas
con los últimos regalos que te compré.
‒Espera a que deje de temblar y nos vamos.
Tengo una vida y sueños para tres más.
Ojalá me conformara con las piedras
con la lluvia, con las sirenas de los barcos.
Pero lo quiero todo.
‒Cuanto más tiempo pase más tristes estaremos.
Lo mejor del invierno son las Variaciones Goldberg.
Y te miro caer gotas desde el pelo casi mojado
apoyado en mis rodillas
y el vapor desvelando que nunca tendremos la misma piel.
Los pies suben hasta hombros distintos
(no otros) y cierro los ojos.
A veces, pensar que somos tan parecidos me da miedo.
No es miedo es terror.
Es estar equivocada y seguir tan lejos.
Lo supe el día en que me dijiste
que uno de los mejores inventos era el agua caliente.
Muchas veces pienso en ti
en tu cara afeitada delante de un espejo empañado.
Soy yo quien te mira, quien pretende acompañarte.
Equivocarse como si esto sólo fuera un ensayo.
Como si tuviéramos (entonces) tiempo de sobra.
Muchas veces más mis rodillas evaporándose.
Antes y después.
No me defiendo del frío (lo sabes)
no me defiendo de la humedad
no me defiendo de tus manos mojadas.
‒Algún día recordarás todo esto como un anticipo.
Me tumbo. Abro las piernas. Entra si quieres.
No tenemos nada que perder.
Descorre las cortinas y mírame: mañana
estaré demasiado lejos.
No se lo cuentes a nadie, no me esperes, no te detengas
no me compares con nadie, no te lamentes.
Tus hijos no preguntarán por mí.
Si preguntan, miénteles. No tengo nada para ellos.
‒Abre más la boca.
De los que vayan, de los que vuelvan, aprenderé algo.
Me contarán el secreto. Yo atenderé como si fueran
(ahora) tus palabras.
Acuérdate: cuando el paisaje era el mismo
pero sin luces: con la cabeza perdida.
Se abrió una puerta y comenzó el duelo.
Desde el principio admití ser mortal
pero no debiste de oírme.
‒No todo es recíproco.
Apareces, pesadilla abstracta de perro ciego
como hueco sin manos donde beber nada.
Traté de explicarlo poniendo un símil tonto.
Nosotros nos cruzamos muchas veces: aquí estamos
en este aeropuerto invadido de naranjas dulces
donde dejan caer maletas como si fueran hombres muertos.
Rasca con una moneda y dime a quién le tocará marcharse.
Hay cosas que deberían decidirse antes de salir de casa.
No me conformo. Avanzo.
‒Cuenta conmigo.
Uno: mi corazón bombea correctamente
(nadie ama con el corazón).
Dos: tus manos me quedan tan lejos
que mi corazón decidió bombear
menos sangre de la debida
(nadie ama sólo con las manos).
Tres: nunca bajaste a la playa a tirar piedras conmigo
(nadie ama a una piedra).
Cuatro: aún te espero
(nadie ama como yo).
Creo que ahora lo he explicado correctamente.
‒Cuando tenga la carne tan blanda
que nadie quiera tocarme, pensaré en ti.
Dije entre dientes y disparaste a matar.
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del blog de héctor castilla
hectorcastilla.wordpress.com
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