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para un esteta

 

 

 

Tú que hueles la flor de la bella palabra

acaso no comprendas las mías sin aroma.

Tú que buscas el agua que corre transparente

no has de beber mis aguas rojas.

 

Tú que sigues el vuelo de la belleza, acaso

nunca jamás pensaste cómo la muerte ronda

ni cómo vida y muerte (agua y fuego) hermanadas

van socavando nuestra roca.

 

Perfección de la vida que nos talla y dispone

para la perfección de la muerte remota.

Y lo demás, palabras, palabras y palabras,

¡ay, palabras maravillosas!

 

Tú que bebes el vino en la copa de plata

no sabes el camino de la fuente que brota

en la piedra. No sacias tu sed en su agua pura

con tus dos manos como copa.

 

Lo has olvidado todo porque lo sabes todo.

Te crees dueño, no hermano menor de cuanto nombras.

Y olvidas las raíces («Mi Obra», dices), olvidas

que vida y muerte son tu obra.

 

No has venido a la tierra a poner diques y orden

en el maravilloso desorden de las cosas.

Has venido a nombrarlas, a comulgar con ellas

sin alzar vallas a su gloria.

 

Nada te pertenece. Todo es afluente, arroyo.

Sus aguas en tu cauce temporal desembocan.

Y hechos un solo río os vertéis en el mar,

«que es el morir», dicen las coplas.

 

No has venido a poner orden, dique. Has venido

a hacer moler la muela con tu agua transitoria.

Tu fin no está en ti mismo («Mi Obra», dices),

olvidas que vida y muerte son tu obra.

 

Y que el cantar que hoy cantas será apagado un día

por la música de otras olas.

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josé hierro

de Quinta del 42

1952

 

 

 

 


 

 

 

 

 

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