clarice lispector

 

revelación de un mundo

descoberta do mundo

 

traducción: Amalia Sato

Adriana Hidalgo editora

2005

Buenos Aires

 

 

 

 

 

recuerdos de la confección

de una novela

 

 

 

 

No recuerdo ya dónde fue el comienzo, sé que no empecé por el principio:

por decirlo de algún modo todo resultó escrito al mismo tiempo.

Todo estaba o parecía estar, como en el espacio temporal de un piano abierto,

en las teclas simultáneas del piano.

Escribí buscando con mucha atención lo que en mí se estaba organizando, y

que sólo recién después de la quinta paciente copia empecé a percibir.

Empecé a comprender mejor lo que quería expresarse.

Mi recelo era que, por impaciencia con la lentitud que tengo en comprenderme,

estuviera apresurando antes de tiempo algún sentido.

Tenía la impresión, o mejor, la seguridad de que, cuanto más tiempo me 

concediera, la historia diría sin convulsiones lo que tenía que decir.

Siempre me parece todo una cuestión de paciencia, de amor creando

paciencia, de paciencia creando amor.

El libro se fue levantando por decirlo de algún modo al mismo tiempo,

emergiendo más por aquí que por allí, o de pronto más por allí que por

aquí: yo interrumpía una frase en el capítulo 10, digamos, para escribir lo

que era capítulo dos, a su vez interrumpido durante meses porque escribía

el capítulo 18.

Esa paciencia sí la tuve, la de soportar, sin siquiera el consuelo de una

promesa de realización, la gran incomodidad del desorden.

Si bien también es cierto que el orden coarta. Como siempre, la dificultad

mayor era la espera.

(Estoy sintiendo algo extraño, diría una mujer al médico. Es que la señora

va a tener un hijo. Y yo que creía que me estaba muriendo, respondería

la mujer.)

El alma deformada, creciendo, inflándose, sin siquiera saber que aquello

es espera de algo que se forma y que saldrá a luz.

Además de la espera difícil, la paciencia de recomponer por escrito

paulatinamente la visión inicial que fue instantánea. Recobrar la visión es

muy difícil.

Y como si eso no bastara, lamentablemente no sé redactar, no logro

relatar una idea, no sé “vestir una idea con palabras”.

Lo que escribo no se refiere al pasado de un pensamiento, sino que es

el pensamiento presente: lo que viene a cuento ya viene con sus palabras

adecuadas e insustituibles, o no existe.

Al escribirlo, de nuevo la seguridad sólo aparentemente paradójica de

que lo que complica al escribir es tener que emplear palabras.

Es incómodo.

Es como si yo quisiera una comunicación más directa, una comprensión

muda como tiene lugar a veces entre las personas. Si yo pudiera escribir

mediante el dibujo en la madera o las caricias en la cabeza de un niño o

un paseo por el campo, jamás habría entrado en el camino de la palabra.

Haría lo que tanta gente que no escribe hace, y exactamente con la misma

alegría y el mismo tormento de quien escribe, y con las mismas profundas

decepciones inconsolables: viviría, no usaría palabras.

Lo que podría ser mi solución.

Si lo fuera, bienvenida.

 

 

 

 

 

lembrança da feitura

de um romance

 

 

 

Não me lembro mais onde foi o começo, sei que não comecei pelo começo: foi por assim dizer escrito todo ao mesmo tempo.

Tudo estava ali, ou parecia estar, como no espaço-temporal de um piano aberto, nas teclas simultâneas do piano.

Escrevi procurando com muita atenção o que se estava organizando em mim, e que só depois da quinta paciente cópia é que passei a perceber. Passei a entender melhor a coisa que queria ser dita.

Meu receio era de que, por impaciência com a lentidão que tenho em me compreender, eu estivesse apressando antes da hora um sentido. Tinha a impressão, ou melhor, certeza de que, mais tempo eu me desse, e a história diria sem convulsão o que ela precisava dizer.

Cada vez mais acho tudo uma questão de paciência, de amor criando paciência, de paciência criando amor.

O livro foi se levantando por assim dizer ao mesmo tempo, emergindo mais aqui do que ali, ou de repente mais ali do que aqui: eu interrompia uma frase no capítulo 10, digamos, para escrever o que era o capítulo dois, por sua vez interrompido durante meses porque escrevia o capítulo 18.

Esta paciência eu tive: a de suportar, sem nem ao menos o consolo de uma promessa de realização, o grande incômodo da desordem.

Mas também é verdade que a ordem constrange.

Como sempre, a dificuldade maior era a da espera. (Estou sentindo uma coisa estranha, diria a mulher para o médico. É que a senhora vai ter um filho. E eu que pensava que estava morrendo, responderia a mulher.)

A alma deformada, crescendo, se avolumando, sem nem ao menos se saber que aquilo é espera de algo que se forma e que virá à luz.

Além da espera difícil, a paciência de recompor por escrito paulatinamente a visão inicial que foi instantânea. Recuperar a visão é muito difícil. E como se isso não bastasse, infelizmente não sei redigir, não consigo relatar uma ideia, não sei “vestir uma ideia com palavras”.

O que escrevo não se refere ao passado de um pensamento, mas é o pensamento presente: o que vem à tona já vem com suas palavras adequadas e insubstituíveis, ou não existe.

Ao escrevê-lo, de novo a certeza só aparentemente paradoxal de que o que atrapalha ao escrever é ter de usar palavras. É incômodo. É como se eu quisesse uma comunicação mais direta, uma compreensão muda como acontece às vezes entre pessoas.

Se eu pudesse escrever por intermédio de desenhar na madeira ou de alisar uma cabeça de menino ou de passear pelo campo, jamais teria entrado pelo caminho da palavra.

Faria o que tanta gente que não escreve faz, e exatamente com a mesma alegria e o mesmo tormento de quem escreve, e com as mesmas profundas decepções inconsoláveis: viveria, não usaria palavras.

O que pode vir a ser a minha solução. Se for, bem-vinda.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


 

 

 

 

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