basilio sánchez
el arte de ser
El paso de las horas
hará girar la sombra de la acacia
sobre su mismo centro: éste es el sitio,
este lugar visible desde los corazones de los hombres.
Inmensa, frente a mí, como una imagen
surgida lentamente de una página oculta en algún texto
que no fue destruido,
la tierra del pasado, de la luz incesante,
de las dulces mujeres del espíritu.
Hay una soledad que se percibe, que se instala
suavemente en el aire y lo equilibra;
hay un silencio antiguo
que se otorga a la vez en cada ángulo,
en cada nueva hoja desprendida al azar, en cada una
de las imperfecciones que los cielos protegen
en sus oscuros límites.
Llegar, desposeernos,
dejar después que el tiempo nos vaya dando forma,
nos declare inocentes.
Y así, reconciliadas, ellas viven aquí: hijas del agua,
de su exacta locura. Desde su gran silencio
me observan, me interrogan,
me sonríen a veces si sus ojos
se cruzan con los nuestros en su proximidad;
descubro entonces
que ocultos en sus ropas llevan ramos silvestres,
velos humedecidos y breviarios
que luego depositan sobre un lecho de hojas en la íntima
soledad de sus celdas.
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