moisés mori
fragmentos
de ·arte y romance·
5
Su madre no es poeta
nunca ha escrito: Cariño, te espero /
el pelo de vendimiadora / los ojos abiertos.
Su madre no es poeta
no sufre depresiones ni sofocos
y desconoce
los pinchazos en la cabeza
no fantasea con lencerías, uniformes
no, no escribe versos
no transmite la ansiedad a su hija
no ahoga el fracaso en la almohada, ni saquea la
nevera, ni duerme con el perro
ha pasado unos días en Mallorca
no es rara, se pinta las uñas de los pies
se mira al espejo
dice: cabellos de vendimiadora,
tres kilos
piernas bien torneadas.
La hija no pinta
no lleva a todas partes
una carpeta con dibujos
ninfeas
en estanques
Ofelias
con pestañas y melenas de filamentos
jinetes, brujas, cuerpos musculados
fantasía épica, águila y espada
y retratos de niños
y paisajes psicodélicos, espirales de pesadilla
drogas blancas, alucinaciones
crepúsculo
viento sur.
Ella no conoce a
Odilon Redon
ni a Burne-Jones ni las visiones de Dante
Gabriel Rossetti
no carece de vitaminas
no es rara, le gusta más Daniel
no lee cartas,
compra cómics, férreos cinturones
cookies mexicanas de maíz, y pastillitas
no ha soñado
que Rilke estrangulaba a Rodin
ni siquiera es sonámbula
no lee, no pinta,
no es joven artista
prefiere el invierno, la hipocondría leve
y las paradojas sencillas.
Sabe que es corriente, más bien fea
que no tiene la cabellera de Ofelia ni el
óvalo de Beatriz
solo un tatuaje en el hombro
un enigma sacro en la espalda
un jeroglífico
anillado al ombligo
y esa bola de acero entre los labios:
boca, alma, piel blanca
cintura negra
vello, pubis, cinturón.
¿Cómo ser feliz
en esta tarde solitaria?
Su madre no ha escrito: Llueve /
y es otoño. / Un otoño rojo y negro.
Ella
tampoco ha pintado esos grises,
la tarde de noviembre
una lluvia que arrecia, triste y antigua
el siglo diecinueve.
Arte y romance.
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8
Si eres viejo
y tienes gafas
y meriendas bizcocho —¡qué bizcocho!—
en la cafetería,
y tu mujer
—¡qué mujer, qué levadura!—
moja una rebanada en el café
y se chupa los dedos
y las pulseras;
y si (en la cara se te nota)
padeces del corazón
o la sangre apenas circula
(ya se ve que no bebes)
o has superado un trombo
la pérdida del oído
o la muerte de un hijo,
entonces,
mi viejo, mi caricatura
mi infame simulacro,
entonces ¿a qué tomas ese dulce?
¿Qué esperas de la vida?
¿la hora de la merienda?
Y tu mujer —vieja perla de esta estancia—
¿se conforma con relamerse, con ver
la televisión digital
y acordarse de cuando era guapa guapa?
Te contemplo en la cafetería:
la cara colorada, los lentes,
esa inconsciencia
y pienso en mi vida:
tan triste
tan increíble y penosa.
No hay salida —me dices sin querer.
Y yo te creo. Mi rebeldía
es solo vergüenza ajena, amor propio.
Al menos te desprecio. Otra mesa:
una caña, hacer tiempo, mala sangre
picar los cacahuetes (como el mono);
sin embargo no llego
a convencerme
de que escribir versos
ser poeta
—¡qué poeta!—
sea otra cosa
que mojar pasteles
chupar oro, endulzar la píldora.
Intervalo
desgarro
demora
sala de espera
el hocico.
Y risas. Risas.
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