Me gustan
las mujeres que envejecen
como prisioneras de sus arrugas,
los cabellos cayendo por los negros hombros
del vestido, la mirada que se pierde en la tristeza
de los cortinajes.
Esas mujeres se sientan en las cornisas de las
salas, mirando para afuera, hacia el atrio que
no veo, desde donde estoy, aunque adivine ahí la
presencia de otras mujeres, sentadas en bancos
de madera, hojeando revistas baratas.
Las mujeres que envejecen sienten que las miro,
que admiro sus gestos lentos, que amo el trabajo
subterráneo del tiempo en sus senos.
Por eso esperan que el día corra en esta sala sin
luz, evitan salir a la calle, y dicen quedo, varias
veces, esa elegía que sólo sus labios pueden
cantar.
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