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[Pere Gimferrer había escrito Arde el mar unos años

antes de ser incluido en la antología de Castellet.

Esta ·oda a venecia ante el mar de los teatros·, con un

título que parece sacado de lo más rancio de la tradición

vetusta, se cita sin embargo con un ‘oh’. Tal vez desde

entonces, el que se llamaba Pedro en las cubiertas de

sus libros, pasó a llamarse Pere.]

 

 

 

 

pere gimferrer

 

oda a venecia

ante el mar de los teatros

 

 

Las copas falsas, el veneno y la calavera

de los teatros.

García Lorca

 

 

 

Tiene el mar su mecánica como el amor sus símbolos.

Con qué trajín se alza una cortina roja

o en esta embocadura de escenario vacío

suena un rumor de estatuas, hojas de lirio, alfanjes,

palomas que descienden y suavemente pósanse.

Componer con chalinas un ajedrez verdoso.

El moho en mi mejilla recuerda el tiempo ido

y una gota de plomo hierve en mi corazon.

Llevé la mano al pecho, y el reloj corrobora

la razón de las nubes y su velamen yerto.

Asciende una marea, rosas equilibristas

sobre el arco voltaico de la noche en Venecia

aquel año de mi adolescencia perdida,

mármol en la Dogana como observaba Pound

y la masa de un féretro en los densos canales.

Id más allá, muy lejos aún, hondo en la noche,

sobre el tapiz del Dux, sombras entretejidas,

príncipes o nereidas que el tiempo destruyó.

Qué pureza un desnudo o adolescente muerto

en las inmensas salas del recuerdo en penumbra.

¿Estuve aquí? ¿Habré de creer que éste he sido

y éste fue el sufrimiento que punzaba mi piel?

Qué frágil era entonces, y por qué. ¿Es más verdad,

copos que os diferís en el parque nevado,

el que hoy acoge así vuestro amor en el rostro

o aquel que allá en Venecia de belleza murió?

Las piedras vivas hablan de un recuerdo presente.

Como la vena insiste sus conductos de sangre,

va, viene y se remonta nuevamente al planeta

y así la vida expande en batán silencioso,

el pasado se afirma en mi a esta hora incierta.

 

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Tanto he escrito, y entonces tanto escribí. No sé

si valía la pena o la vale. Tú, por quien

es más cierta mi vida, y vosotros, que oís

en mi verso otra esfera, sabréis su signo o arte.

Dilo, pues, o decidlo, y dulcemente acaso

mintáis a mi tristeza. Noche, noche en Venecia

va para cinco años, ¿cómo tan lejos? Soy

el que fui entonces, sé tensarme y ser herido

por la pura belleza como entonces, violín

que parte en dos el aire de una noche de estío

cuando el mundo no puede soportar su ansiedad

de ser bello. Lloraba yo, acodado al balcón

como en un mal poema romántico, y el aire

promovía disturbios de humo azul y alcanfor.

Bogaba en las alcobas, bajo el granito húmedo,

un arcángel o sauce o cisne o corcel de llama

que las potencias últimas enviaban a mi sueño.

Lloré, lloré, lloré.

¿Y cómo pudo ser tan hermoso y tan triste?

Agua y frío rubí, transparencia diabólica

grababan en mi carne un tatuaje de luz.

Helada noche, ardiente noche, noche mía

como si hoy la viviera! Es doloroso y dulce

haber dejado atrás la Venecia en que todos

para nuestro castigo fuimos adolescentes

y perseguirnos hoy por las salas vacías

en ronda de jinetes que disuelve un espejo

negando, con su doble, la realidad de este poema.

 

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