Un monje oriental quiso, con mucha lógica, aprender a orar o a meditar o a suspender la atención, sobre todo porque tal actividad es,

al parecer, la más importante, o una de las más importantes de su vida religiosa. Fue en busca de su maestro y cabe suponer que

el maestro accedió a la petición del monje, y de algún modo le enseñó lo necesario para orar o meditar o suspender la atención.

    Aquí comienza la anécdota, cuando ya están los dos en el asunto: sentados a su manera, con la espalda erguida y la respiración

apaciguada. Cada uno de ellos en su trabajo interior. Al poco tiempo, la meditación del maestro fue interrumpida por los ronquidos

del discípulo, que se había quedado dormido. Enseguida despertó y, bueno, tal vez se sintió algo avergonzado, pero el maestro, satisfecho,

le dijo: ‘Eso es, eso es: justamente en ese punto, más la conciencia, y lo habrás conseguido’. 

 

 

 

 

 

   Aunque ya lo conocía y lo aprecio, he releído el poema de Julieta Valero, Galicia-agosto-otra mujer, esperando entender o comprender,

o tal vez solamente sospechar, suponer, recibir alguna noticia procedente del poema. Como en todas las lecturas anteriores, el poema sólo

me ha permitido pequeñas comprensiones de algunas palabras, de un par de versos, con alguna sensación general muy poco clara. Pero

hoy le he dado la vuelta a la responsabilidad y le he dicho al respetable poema [bien, ya sé que no se habla con los poemas, es solamente por

decirlo de alguna manera]: ‘Eso es, eso es: justamente en ese punto, más un hilo de significado, y lo habrás conseguido’. 

 

 

 

 

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