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Madrid; Bartleby editores, 2004

 

 

 

REVERSO INQUIETO

 

 

Empujado por la mitad de la

sombra, necesitas mirar los

objetos por atrás, tal vez por

compensar tu sin matices falta

de memoria; siempre puede

ocultarse un aguijón en

el reverso del lápiz,

llamado por la sombra, un

colmillo en la otra boca de

los besos. Al borde del misterio,

sombra desde las previsiones y recuerdos,

lo más prudente es saltar.

 

 

 

SEMILLA

 

 

Existirás en los domingos laborables,

en actos largos e inconclusos, en

mañanas pinchados, fuera y

lejos de las cajas, semilla

incógnita en tierra conocida,

ausente en todo tu eco que ya es

todo, en no, en centímetros

cuántos de qué savia, qué

hoja que se mira en algún árbol,

eco que precede a la voz,

frágil, cualquiera, aroma

que antes de la pregunta habita

en sí; tenue aún,

pero existes.

 

 

 

 

MUJER QUE FUMA

 

 

Miras la foto. Aún no conoces a esa

mujer que en dos dimensiones quema

lentamente el calendario, en tres si consideras

el humo y sus efectos. Esa inmovilidad

reclama al menos otra imagen

para poder hilar entre ambas la

cuarta dimensión, el movimiento

que seguirás desde hoy hasta

cuándo, los días que midan tu paciencia y

tu esperanza enredándose en el

humo que dibuja sus rasgos,

el humo que tú eres.

 

 

 

 

AUTORRETRATO

 

 

El mejor autorretrato que conozco es de un

pintor que mira un huevo y pinta un ave. Hay

gente cuyo mejor autorretrato está en sus

uñas. Hace diez años creía que mi mejor

autorretrato sería al fin un beso durante el que se

piensa en el futuro para que vuelen juntos

los sabores. Toda magia es ingenua. Toda

palabra es mágica. Hace cinco años pinté mi

mejor autorretrato: un corazón y un

cuerpo que late dentro de él y lo alimenta. Hace

diez minutos comencé un poema

pensando que en toda palabra late un deseo

de silencio, una conciencia de esterilidad.

Cómo me arriesgo a quedar como un imbécil.

Todo autorretrato implica un riesgo semejante.

Los sueños se suicidan con somníferos.

 

 

 

 

ALGO DE LO QUE PASA

 

 

 

Ahí voy a sentarme, voy

a sacarme y a mi incomodidad hasta

la calle a inventariar algo

de lo que pasa, en la silla de

ruedas y laureles. Empezaré

por distinguir entre personas

y cosas, actividad compleja y

poco usual que reclama ciertas ruedas

teóricas: las cosas

son el hueco que dejan; las personas el hueco

que quisieran dejar.

O el hueco que no llenan sus presencias.

 

Amar es una apuesta por otro

punto de partida, el rechazo a las definiciones

negativas, la vocación de relleno con laurel,

inventar a los otros y comer su

misterio. La gente impone

gestos y consignas. Los objetos

siempre son más cariñosos,

no tienen miedo a las

palabras ni al contacto con

mi piel.

 

 

 

 

 

EN ESA ÉPOCA

 

 

 

En esa época solíamos mirar por la ventana.

Enfrente, dos hombres intercambiaban algo negro,

de mano en mano, tuya, mía, como en un juego de

niños, y sudaban. Era una araña grande como un

gato. A veces

encontrábamos un hombre en el suelo,

dos marcas violetas en el antebrazo. El

otro era el vecino. Nos contó que

venía gente de muy lejos a

desafiarlo. Nos contó que así los

hombres se expresaban admiración y respeto.

Otros decían que era una forma de hacer

dinero. Un día fue el vecino el que perdió.

 

 

 

 

LA CALMA PERFECTA CENIZA

 

 

 

Este silencio perfecto puede desafiar a cualquier

música, aquel árbol derrota

a todos los atletas, he visto un

verde que nunca se dejará pintar,

el otro azul se ríe de las

anclas. Y mientras, llaves demandan

acción, pero sólo por amor, y

cerraduras anhelan como

labios. Aspiro a ambas

orillas de la tranquilidad, y sin

embargo ni la transparente ni

la opaca; como máximo, la

brisa en un jardín. No es

poco. Mientras, pasillos ansían

pasos, hojas se aburren como manos,

la tierra fresca espera con los brazos abiertos.

 

 

 

 

NADA MÁS

 

 

Soy a través del correo: todo

lo que desplaza palabras en

el espacio, lo que lima las

distancias y reúne los cristales

rotos es correo. Me

gusta lo que me altera,

llevar la vista al suelo e

identificarme con estos y no

otros pedazos de cristal, y así,

porque si la libélula se posa en

un fragmento ya me duele; o

poner donde dice pegue su

fotografía una pieza cualquiera de

puzzle. Eso que vuela es lo que me

vuelve otro y gusta y duele, nada

más. Algunas cartas llegan, algún

día abres el sobre que te debo

y un charco a tus pies.

 

 

 

 

DESTINO

 

 

Y para orientarme en este

laberinto dispones del mapa de una

ciudad en la que aún no has estado,

una brújula que señala la dirección que

tomarías sin ella, dos llaves que parecen

iguales, un reloj que atrasa veinticinco

horas por día, la propiedad

asociativa, provisiones que dan

hambre, la religión que elijas,

un resumen de tus próximos sueños,

visiones que dan sed, la salida ahí

enfrente, un recorte de

periódico que cuenta cómo

no pudiste salir.

 

 

 

 

UNOS OJOS

 

 

Unos ojos que no ven las pestañas

no funcionan, la boca es besos

y dientes, el abrazo es también

una estrategia de huida. Para el

tacto hay un cristal, si me resigno a mirar

se vuelve espejo, se

mueve el horizonte a cada

paso, sol

cargado de noches. Y si

aceptamos que desde dentro de un sistema

nunca entenderemos el sistema,

no hay más que hablar.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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