eloy tizón
velocidad de los jardines
escenas en un picnic
Ella olía como los árboles
W. Faulkner
La tarde transcurrida entre los sauces.
En el servicio de té el bosque es el reflejo de un
incendio y una abeja zumba sobre el pastel. Las cintas de
tu pamela agitan los brazos en el aire que vibra. El vestido
ciñe los muslos poderosos. Voy vestido de blanco, a juego
con la muerte.
Un árbol seco hace las funciones de perchero. Los
frutos son echarpes y levitas. El coronel relata en una
rueda informativa lejanas cacerías. Todo el mundo se
aburre. En el siglo pasado todo el mundo se aburría pero
yo voy a escenificarte algo que ocurre por las noches en
mi internado. Guardé en tu sombrerera una carta que solo
podrá ser abierta tras mi suicidio.
Hermana mía, hermana mía, uno de tus guantes ha caído
en la champanera. Tu preceptora despertaría a todos si
supiera con qué avidez leemos a Sacher-Masoch, todo un
escándalo en las cocheras. Poder tener quince años un
verano no es un dato despreciable.
Perderé la vida por algo insignificante, como una escena
de baile pintada en un abanico.
¿Un pistoletazo en la sien, una caída poco feliz de la montura?
Como jinete dejaba mucho que desear, ya escucho los
comentarios de tu madre, una mujer absurda, proclive al
embarazo. La pobrecilla desentona con los manteles.
O viviré de incógnito; seré un viejo prestamista con
gorro de astracán y tú me bajarás la comida a mi perrera.
Hermana mía, tu desnudo esmalta mis insomnios.
Hermana mía, le encargué a un retratista que te pintara en
un camafeo siguiendo mis indicaciones; tuve que abofe-
tearle. El color de los senos no era el apropiado.
He mandado que le tatúen tus iniciales en el cielo de
la boca.
Querida mía, vuestro profesor de canto parece un
pararrayos. Es perfectamente encantadora la manera con
que efectúa la autopsia del pavo frío y el borgoña: ha traído
su merienda dispersa en paquetitos y ahora busca por el
césped una bolsa capaz de contener las bolsas.
Mi hermana, mi salud, tienes la espalda recta de
contemplar palmeras. Eres orgullosa como sal depositada
en una herida. Cuando pierda la memoria me entreten-
dré recordando los veranos de San Sebastián o Brighton,
camas que crujen. He destrozado el estilo de mi escritura
por complacer al mundo, y el mundo no merece más que
insultos. Mis días se terminan entre abogados crimina-
listas y saltimbanquis, mis días se terminan en el vinagre
de los camarotes, se terminan cuando tú te traslades a
bordo de un expreso, más lánguida, más vieja, y un lacayo
a sueldo te entregue un telegrama y yo estaré boca arriba
en la ambulancia y alguien aplicará un fonendoscopio a
mi pechera almidonada en exceso, no late.
Si caigo en la campaña de Crimea, ¿enviarás a tus
amigas un cablegrama diciendo que fue un final heroico
para un espíritu atormentado que siempre detestó la es-
cuela naturalista?
eloy tizón
velocidad de los jardines
editorial páginas de espuma
colección voces/literatura 237
2017
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