David Foster Wallace fue invitado a
pronunciar un discurso en una ceremonia
de graduación en la Universidad de Kenyon,
sobre un tema de su elección. Fue el único
discurso de este tipo que dio en su vida.
david foster wallace
esto es agua
algunas ideas,
expuestas en una ocasión especial,
sobre cómo vivir con compasión
Transcripción del Discurso de Graduación de
la promoción de 2005 del Kenyon College.
(Gambier, Ohio).
[ezcol_2third] (Si alguien siente sudores [tos], le aconsejaría que siguiera adelante, porque yo voy a hacerlo. De hecho lo estoy haciendo [murmura mientras levanta su toga y se saca un pañuelo del bolsillo]). Doy la bienvenida [a los ¿“padres”?] y felicito a los graduados de Kenyon de 2005.
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Hay dos peces jóvenes nadando y sucede que se encuentran con un pez más viejo que viene en sentido contrario y que les saluda con la cabeza y dice “Buenos días, chicos. ¿Cómo está el agua?” Y los dos peces jóvenes nadan un poco más y entonces uno de ellos se vuelve hacia el otro y dice “¿Qué diablos es el agua?”.
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Esto es una exigencia estándar de los discursos de graduación estadounidenses, el desarrollo didáctico de pequeños cuentos convertibles en parábolas. El cuento [“la cosa”] resulta ser una de las costumbres preferibles y menos tontas del género, pero si teméis que tenga planeado presentarme aquí como el pez sabio y viejo que explica lo que es el agua a vosotros, peces jóvenes, por favor, no temáis. No soy el pez sabio y viejo. Lo importante del cuento de los peces es simplemente que las realidades más obvias e importantes son a menudo las más difíciles de ver y sobre las que es más difícil hablar. Expresado como una frase en lengua inglesa, por supuesto, es sólo un insignificante lugar común, pero el hecho es que en las trincheras del día a día de la vida adulta, los lugares comunes insignificantes pueden tener una importancia de vida o muerte, o eso es lo que quiero que comprendáis en esta mañana despejada y hermosa.
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Por supuesto la exigencia principal de discursos como este es que se supone que voy a hablar sobre el significado de vuestra educación en Artes Liberales, que voy a intentar explicar por qué la licenciatura que vais a recibir tiene un valor humano en lugar de solamente una rentabilidad material. Por tanto hablemos del tópico más generalizado en el género de los discursos de graduación, que es que la formación en Artes Liberales no trata tanto de colmaros de conocimientos como, entre comillas, enseñaros cómo pensar. Si sois como yo cuando era estudiante, jamás os habrá gustado escuchar esto, y os inclinaréis a sentiros un poco insultados por la afirmación de que necesitarais que alguien os enseñara cómo pensar, puesto que el hecho de que fuerais admitidos en una escuela tan buena como esta parece una prueba de que ya sabéis cómo pensar. Pero voy a demostraros que ese tópico sobre las Artes Liberales resulta no ser en absoluto un insulto, porque la educación verdaderamente significativa en pensamiento que se supone adquirimos en un sitio como este no tiene nada que ver con la capacidad de pensar, sino más bien con la selección de lo que pensamos. Si vuestra libertad total para elegir lo que pensáis parece demasiado obvia como para gastar el tiempo discutiéndola, os diría que pensarais sobre los peces y el agua, y que pusierais entre paréntesis durante algunos minutos vuestro escepticismo sobre la importancia de lo totalmente obvio.
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Otra pequeña historia didáctica. Hay dos tipos sentados juntos en un bar en la remota y desierta Alaska. Uno de los tipos es religioso, el otro es ateo, y están discutiendo sobre la existencia de Dios con esa intensidad especial que aparece después de la cuarta cerveza. Y el ateo dice: “Mira, no es que tenga verdaderas razones para no creer en Dios. No es que no haya hecho nunca experimentos con todo eso de Dios y la oración. Justo este último mes quedé atrapado lejos del campamento por una tempestad de nieve terrible, y estaba totalmente perdido y no veía nada, y estábamos a cincuenta grados bajo cero, así que lo intenté: ‘Oh, Dios, si hay un Dios, estoy perdido en esta ventisca, y voy a morir si no me ayudas’”. Y ahora, en el bar, el tipo religioso mira al ateo todo perplejo. “Bien, entonces ahora sí debes creer”, dice. “Después de todo estás aquí, vivo”. El ateo pone los ojos en blanco. “No, hombre, lo que sucedió es que un par de esquimales pasaban por allí y me enseñaron el camino de vuelta al campamento”.
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Es fácil manejar este tipo de historia en un análisis estándar de Artes Liberales: exactamente la misma experiencia puede significar dos cosas totalmente diferentes para dos personas diferentes, dados dos tipos diferentes de creencias y dos maneras diferentes de construir significado desde la experiencia. Puesto que apreciamos la tolerancia y diversidad de creencias, en ningún momento de nuestro análisis de Artes Liberales pretenderemos que la interpretación de uno de los tipos sea verdadera y la del otro sea falsa o errónea. Lo cual es perfecto, excepto que nunca reflexionamos sobre el origen de estos modelos y creencias. En el sentido de que vienen del INTERIOR de los dos tipos. Como si las orientaciones fundamentales de una persona hacia el mundo y el sentido que extrae de sus experiencias fueran de alguna manera inseparables de ella, como su altura o el número que calza; o hubieran sido automáticamente absorbidas de la cultura, como el lenguaje. Como si construir significados no fuera en realidad una opción personal y consciente. Además está el asunto de la arrogancia. El tipo no religioso está totalmente seguro en su incredulidad de la posibilidad de que los esquimales paseantes no tuvieran algo que ver con su oración pidiendo ayuda. Sí, también hay un montón de gente religiosa que parece arrogante y segura de sus propias interpretaciones. Probablemente son incluso más repulsivos que los ateos, al menos para la mayoría de nosotros. Pero el problema de los dogmáticos religiosos es exactamente el mismo que el del descreído de la historia: certidumbre ciega, una mente cerrada equiparable a una prisión tan absoluta que ni el prisionero sabe que está encerrado.
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Lo importante es que esto es un ejemplo de lo que pienso que realmente significa “Enseñarme cómo pensar”. Ser sólo un poco menos arrogante. Tener sólo un poco de conciencia crítica sobre mí mismo y mis certidumbres. Porque un amplio porcentaje de las cosas sobre las que tiendo a estar automáticamente seguro resultan ser totalmente engañosas y erróneas. Yo he aprendido esto de una manera difícil, como predigo que os pasará a vosotros, graduados, también.
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He aquí sólo un ejemplo de lo totalmente equivocado que estoy en algo sobre lo que tiendo a estar automáticamente seguro: todo en mi propia e inmediata experiencia apoya mi creencia profunda de que soy el centro absoluto del universo; la persona más realista, intensa e importante que existe. Rara vez pensamos sobre esta clase de egocentrismo básico y natural porque es socialmente repulsivo. Pero nos pasa básicamente lo mismo a todos nosotros. Es nuestra configuración por defecto, enraizada en nuestro ser desde que nacemos. Pensadlo: no hay experiencia que hayáis tenido de la que no fuerais el centro absoluto. El mundo tal como lo experimentas está ahí en frente TUYA o detrás de TI, a TU izquierda o derecha, en TU televisión o en TU monitor. Y así sucesivamente. Los pensamientos y sentimientos de los demás te tienen que ser comunicados de alguna manera, pero los tuyos propios son tan inmediatos, urgentes y reales…
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Por favor, no os preocupéis de que me esté preparando para largaros una conferencia sobre la compasión o los valores ajenos o cualquiera de las así llamadas virtudes. Esto no es asunto de virtudes. Se trata de mi elección de hacer las cosas de de algún modo diferente o independiente de mi configuración natural por defecto tan enraizada que está profunda y literalmente centrada en mí mismo para verlo e interpretarlo todo a través de esa lente del yo. Quienes pueden ajustar sus configuraciones naturales por defecto de este modo son a menudo descritos como seres “equilibrados”, lo que os sugiero que no es un término fortuito.
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Dado el entorno universitario exultante hoy aquí, una cuestión obvia es cuánto de este trabajo de ajustar nuestra configuración por defecto tiene que ver en realidad con el conocimiento o con la inteligencia. Esta pregunta es difícil. Probablemente lo más peligroso de una educación universitaria, al menos en mi propio caso, es que autoriza mi tendencia a sobreintelectualizar las cosas, a perderme en razonamientos abstractos dentro de mi cabeza; en lugar de simplemente prestar atención a lo que sucede justo enfrente de mí, presto atención a lo que sucede en mi interior.
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Como estoy seguro que ya sabéis, es extremadamente difícil permanecer alerta y atento en lugar de caer hipnotizado por el constante monólogo desarrollado dentro de tu cabeza (lo que quizá esté sucediendo ahora mismo). Veinte años después de mi graduación, he entendido paulatinamente que el tópico de las Artes Liberales de que te enseñan cómo pensar es en realidad un atajo hacia una idea mucho más seria y profunda: aprender cómo pensar significa realmente cómo ejercer control sobre cómo y qué piensas. Lo que significa ser lo bastante consciente para elegir a qué prestas atención y cómo construir significado desde la experiencia. Porque si no eres capaz de hacer este tipo de elección cuando eres adulto, estarás totalmente colgado. Pensad sobre el viejo tópico que dice que, entre comillas, la mente es un empleado excelente pero un amo terrible.
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Este, como muchos tópicos, tan banales y aburridos superficialmente, en realidad expresa una importante y terrible verdad. Que no es casual que los adultos que se suicidan con armas de fuego casi siempre se peguen un tiro en… la cabeza. Le pegan un tiro al amo terrible. Y la verdad es que la mayoría de estos suicidas en realidad estaban muertos mucho antes de que apretaran el gatillo.
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Y sugiero que este es el valor auténtico y sensato que se le supone a vuestra educación en Artes Liberales: cómo evitar ir por tu confortable, próspera y respetable vida adulta muerto, inconsciente y esclavo de tu cabeza y de tu configuración natural por defecto a estar única, completa y soberanamente solo día a día. Esto quizá suene a sinsentido abstracto o a hipérbole. Concretemos entonces. El hecho es que vosotros, estudiantes de último año a punto de graduaros, no tenéis ni idea de lo que verdaderamente significa “día a día”. Resulta que hay un importante trozo de la vida adulta americana sobre la que nadie habla en los discursos de graduación. Un trozo que implica aburrimiento, rutina y pequeñas frustraciones. Los padres y los compañeros más antiguos que están hoy aquí sabrán muy bien de lo que estoy hablando.
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A modo de ejemplo, digamos que hoy es un día adulto ordinario, y te levantas por la mañana, y vas a tu puesto de trabajo absorbente, oficinesco y de licenciado universitario, y trabajas duro durante ocho o diez horas, y al final del día estás cansado y de algún modo estresado y lo único que quieres es irte a casa y tomar una buena cena y quizá relajarte durante una hora, y después irte a la cama temprano porque, por supuesto, tienes que levantarte al día siguiente y repetirlo todo otra vez. Pero entonces recuerdas que no hay comida en casa. No has tenido tiempo de hacer la compra esta semana por culpa de tu trabajo absorbente, por lo que ahora, después de trabajar, tienes que meterte en tu coche y conducir hasta el supermercado. Es el final de la jornada laboral y el tráfico es exactamente como tiene que ser: pésimo. Así que para ir a la tienda coges un camino más largo que el habitual, y cuando finalmente llegas el supermercado está atestado, porque naturalmente es el momento del día en el que todas las otras personas que también trabajan se apretujan intentando comprar algo en tiendas de comestibles. Y la tienda esta horriblemente iluminada y ambientada con un hilo musical aburridísimo o un pop corporativo y es de lejos el último lugar en el que quieres estar pero no puedes entrar y salir rápidamente; tienes que recorrer todos esos pasillos enormes, sobreiluminados y confusos para encontrar lo que necesitas y tienes que maniobrar con tu carrito de la compra a través de toda esa gente apresurada y cansada con carritos (etcétera, etcétera, cortemos este rollo porque el ceremonial es largo), y por fin tienes todos los ingredientes para tu cena, pero ahora resulta que no hay suficientes líneas de caja abiertas aun cuando es la hora punta del final del día. Así que la cola para pagar es increíblemente larga, lo cual es estúpido y exasperante. Pero no quieres desahogar tu frustración en la señora rabiosa que trabaja en la caja registradora, la cual es explotada en un trabajo cuyo tedio y sinsentido cotidianos sobrepasan la imaginación de cualquiera de los que estamos aquí, en una prestigiosa universidad.
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Pero de todos modos finalmente llegas al primer puesto de la línea de caja, y pagas tu comida, y recibes un “Que tenga un buen día” con una voz que es la voz exacta de la muerte. Entonces tienes que meter tus espeluznantes y endebles bolsas de plástico llenas de alimentos en tu carro, una de cuyas ruedas se desvía enloquecedoramente hacia la izquierda, y empujarlo todo el camino hasta el parking atestado, lleno de baches y de basura, y después tienes que conducir hasta casa por en medio de un tráfico lento, pesado, plagado de todoterrenos, en hora punta, etcétera, etcétera.
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Todos los que estamos aquí hemos padecido esto, naturalmente. Pero todavía no es parte de vuestra verdadera rutina vital de licenciados, día tras semana tras mes tras año.
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Pero lo será. Y además rutinas mucho más tristes, molestas y aparentemente sin sentido. Pero eso no es lo importante. Lo importante es que justo en una pequeña y frustrante mierda como esta es donde aparece la oportunidad de elegir. Porque los atascos de tráfico y los pasillos atestados y las largas colas en las cajas me dan tiempo para pensar, y si no tomo una decisión consciente sobre cómo pensar y a qué prestar atención, voy a sentirme molesto y miserable todas las veces que tenga que ir de compras. Porque en mi configuración natural por defecto está la certeza de que situaciones así son exclusivamente mías. MI apetito y MI cansancio y MI deseo de llegar a casa ya, y va a parecerle a todo el mundo como si todos los demás se interpusieran en mi camino. ¿Y quién es toda esta gente que se interpone en mi camino? Y mira lo repulsivos que son la mayoría de ellos, y lo estúpidos y bovinos e insensibles e inhumanos que parecen en la cola de caja, o lo molesta y grosera que es esa gente que habla en voz alta por el teléfono móvil en medio de la cola. Y date cuenta de lo profunda y personalmente injusto que es todo esto.
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O, por supuesto, si me he formado en las más socialmente conscientes Artes Liberales, puedo pasar el rato en medio del tráfico del final del día sintiéndome asqueado de todos los todoterrenos y Hummers y furgonetas pickup de doce cilindros enormes, estúpidas e invasoras, que queman sus tanques de gasolina de cuarenta galones antieconómicos y egoístas, y puedo fijarme en el hecho de que las pegatinas de parachoques patrióticas o religiosas siempre parecen estar en los vehículos más grandes y más asquerosamente egoístas, conducidos por los conductores más feos [responde aquí a un ruidoso aplauso] (esto es un ejemplo de cómo NO pensar, sin embargo), desconsiderados y agresivos. Y puedo pensar en cómo los hijos de nuestros hijos nos despreciarán por desperdiciar todo el petróleo del futuro, y probablemente joder el medioambiente, y en lo pervertidos y egoístas y repugnantes que somos, y en que la sociedad consumista moderna es una mierda, y así sucesivamente.
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Cogéis la idea.
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Si elegís pensar así en una tienda y en una autopista, perfecto. Muchos de nosotros lo hacemos. Pero pensar de este modo es tan fácil y automático que no es una elección. Es mi configuración natural por defecto. Es la manera automática en que experimento las partes llenas de gente, frustrantes y aburridas de la vida adulta cuando funciono bajo la creencia automática e inconsciente de que soy el centro del mundo, y de que mis necesidades inmediatas y mis sentimientos son los que deberían determinar las prioridades del mundo.
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La cosa es que, por supuesto, hay maneras totalmente diferentes de pensar sobre este tipo de situaciones. En medio de este tráfico, y con todos esos vehículos parados y al ralentí en mi camino, no es imposible que algunas de estas personas en sus todoterrenos hayan sufrido un horrible accidente de automóvil en el pasado, y ahora encuentran tan terrible conducir que su terapeuta les ha ordenado a todos que compren un todoterreno enorme y pesado para que así se sientan lo bastante seguros como para conducir. O que el Hummer que ahora me corta el paso quizá esté conducido por un padre cuyo niño pequeño está herido o enfermo en el asiento a su lado, y él está intentando llevar al crío al hospital, y tiene una prisa más grande y legítima que yo: en realidad soy yo quien está en SU camino.
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O puedo elegir forzarme a considerar la probabilidad de que todos los demás en la cola de caja del supermercado están tan aburridos y frustrados como yo lo estoy, y que algunas de estas personas probablemente tengan vidas más duras, más tediosas y más dolorosas que la que yo tengo.
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De nuevo, por favor, no penséis que os estoy dando un consejo moral, o que estoy diciendo que se supone que tenéis que pensar de esta manera, o que alguien espera que lo hagáis automáticamente. Porque es duro. Hace falta voluntad y esfuerzo, y si sois como yo, algunos días no seréis capaces de hacerlo, o sólo podréis con mucho esfuerzo.
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Pero la mayoría de los días, si sois lo bastante conscientes como para permitiros elegir, podréis escoger mirar de forma diferente a esa señora gorda, insensible y excesivamente maquillada que grita a su chico en la cola de la caja. Puede que ella no sea siempre así. Puede que haya estado tres noches enteras agarrando la mano de su marido agonizante de cáncer de huesos. O puede que esa señora sea la empleada con sueldo mínimo en el departamento de automóviles que justo ayer ayudó a vuestro cónyuge a resolver un trámite burocrático horrible y desesperante mediante un pequeño acto de bondad administrativa. Por supuesto, nada de esto es probable, pero tampoco es imposible. Sólo depende de cómo lo enfoquéis. Si estáis automáticamente seguros de que sabéis cuál es la realidad, y estáis funcionando con vuestra configuración por defecto, entonces vosotros, como yo, probablemente no consideraréis otras posibilidades que no sean las molestas y miserables. Pero si realmente aprendéis a prestar atención, entonces sabréis que hay otras opciones. En realidad está a vuestro alcance experimentar una clásica situación de consumo abarrotada, calurosa, lenta e infernal como no sólo útil, sino también sagrada y encendida con la misma fuerza que ilumina las estrellas: amor y fraternidad, la unidad mística que subyace en todas las cosas.
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No es que lo místico sea necesariamente verdad. La única cosa que es Verdad con mayúsculas es que vosotros decidiréis cómo tratar de enfocarlo.
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Esto, propongo, es la libertad que otorga una educación real, aprender a ser equilibrado. Vosotros decidís conscientemente lo que tiene significado y lo que no. Vosotros decidís qué adorar.
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Porque aquí hay otro asunto más que es extraño pero cierto: en las trincheras del día a día de la vida adulta, en realidad no hay nada parecido al ateísmo. No hay nada que no implique adoración. Todo el mundo adora. La única elección que hacemos es qué adorar. Y la razón irresistible por la que quizá elegimos alguna clase de dios o cosa de tipo espiritual que adorar —sea Jesucristo o Alá, sea Yavé o la Diosa Madre Wiccan, o las Cuatro Nobles Verdades, o algún conjunto inviolable de principios éticos— es que casi cualquier otra cosa que adores te comerá vivo. Si adoráis el dinero y las cosas materiales, si para vosotros están donde sentís el significado real de la vida, entonces nunca tendréis bastante, nunca sentiréis que tenéis bastante. Esa es la verdad. Adorad vuestro cuerpo y vuestra belleza y vuestro atractivo sexual y siempre os sentiréis feos. Y cuando el tiempo y la edad comiencen a mostrarse, moriréis un millón de muertes antes de que finalmente la sintáis. A un nivel básico, todos sabemos ya estas cosas. Están codificadas como mitos, proverbios, tópicos, epigramas y parábolas; el esqueleto de toda gran historia. El truco está en mantener la verdad al frente de nuestra consciencia todos los días.
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Adorad el poder y terminaréis sintiéndoos débiles y temerosos, y necesitaréis incluso más poder sobre los demás para libraros de vuestro propio miedo. Adorad vuestra inteligencia, adorad ser vistos como gente inteligente, y terminaréis sintiéndoos estúpidos, fraudes, siempre a punto de ser descubiertos. Pero lo insidioso de estas clases de adoración no es que sean perversas o pecaminosas, es que son inconscientes. Son configuraciones por defecto.
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Son la clase de adoración en la que te deslizas gradualmente, día tras día, siendo cada vez más y más selectivo respecto de lo que ves y cómo lo valoras sin nunca ser totalmente consciente de que eso es lo que estás haciendo.
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Y el así llamado mundo real no os disuadirá de funcionar con vuestra configuración por defecto, porque el así llamado mundo real de los hombres y el dinero y el poder canturrea alegremente en una piscina de miedo e ira y frustración y anhelo y adoración de sí mismo. Nuestra propia cultura actual ha aprovechado estas fuerzas de tal modo que han producido riqueza y comodidad y libertad personal extraordinarias. La libertad de ser señores absolutos de nuestros pequeños reinos del tamaño de un cráneo, únicos en el centro de toda la creación. Este tipo de libertad tiene mucho a su favor. Pero naturalmente hay muchos tipos de libertad, y sobre el tipo más valioso no oiréis hablar mucho en el gran mundo exterior del querer y conseguir y [ininteligible, suena como “demostrar”]. El tipo realmente importante de libertad implica atención y consciencia y disciplina, y ser capaz de preocuparse verdaderamente por otras personas y sacrificarse por ellas una y otra vez en una miríada de maneras pequeñas y nada atractivas todos los días.
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Esa es la libertad real. Eso es ser educado, y haber entendido cómo pensar. La alternativa es la inconsciencia, la configuración inicial, las ratas a la carrera, la corrosiva sensación constante de haber tenido, y perdido, alguna cosa infinita.
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Sé que todo esto probablemente no suene divertido y alegre o muy inspirado para como se supone que suena un discurso de graduación. Se trata de, tal y como lo veo, la Verdad con mayúsculas, despojada de un montón de sutilezas retóricas. Sois, por supuesto, libres de pensar lo que queráis. Pero, por favor, no lo descartéis como si se tratara de una amonestación de un sermón de la Doctora Laura. Nada de todo esto tiene que ver con la moralidad o la religión o los dogmas o los interrogantes grandes y fantásticos de la vida después de la muerte.
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La Verdad con mayúsculas va sobre la vida ANTES de la muerte.
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Se trata del valor real de una educación real, que no tiene casi nada que ver con el conocimiento, y todo con la simple consciencia; consciencia de lo que es tan real y esencial, tan oculto y a la vista de todos nosotros, que tenemos que recordárnoslo una y otra vez:
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“Esto es agua”.
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“Esto es agua”.
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Es inimaginablemente difícil hacerlo, estar alerta y vivo en el día a día del mundo adulto exterior. Lo que aún significa que otro tópico resulta ser cierto: vuestra educación en realidad ES el trabajo de toda una vida. Y comienza ahora.
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Os deseo mucho más que suerte.[/ezcol_2third][ezcol_1third_end][/ezcol_1third_end]
David Foster Wallace
21 de mayo de 2005
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David Foster Wallace‘s 2005 commencement speech to the graduating class
at Kenyon College, is a timeless trove of wisdom — right up there with Hunter
Thompson on finding your purpose and living a meaningful life. The speech
was made into a thin book titled This Is Water: Some Thoughts, Delivered
on a Significant Occasion, about Living a Compassionate Life.
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“This is Water”
by David Foster Wallace
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Speech Transcript
[ezcol_2third] “Greetings parents and congratulations to Kenyon’s graduating class of 2005. There are these two young fish swimming along and they happen to meet an older fish swimming the other way, who nods at them and says “Morning, boys. How’s the water?” And the two young fish swim on for a bit, and then eventually one of them looks over at the other and goes “What the hell is water?”
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This is a standard requirement of US commencement speeches, the deployment of didactic little parable-ish stories. The story thing turns out to be one of the better, less bullshitty conventions of the genre, but if you’re worried that I plan to present myself here as the wise, older fish explaining what water is to you younger fish, please don’t be. I am not the wise old fish. The point of the fish story is merely that the most obvious, important realities are often the ones that are hardest to see and talk about. Stated as an English sentence, of course, this is just a banal platitude, but the fact is that in the day to day trenches of adult existence, banal platitudes can have a life or death importance, or so I wish to suggest to you on this dry and lovely morning.
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Of course the main requirement of speeches like this is that I’m supposed to talk about your liberal arts education’s meaning, to try to explain why the degree you are about to receive has actual human value instead of just a material payoff. So let’s talk about the single most pervasive cliché in the commencement speech genre, which is that a liberal arts education is not so much about filling you up with knowledge as it is about “teaching you how to think.” If you’re like me as a student, you’ve never liked hearing this, and you tend to feel a bit insulted by the claim that you needed anybody to teach you how to think, since the fact that you even got admitted to a college this good seems like proof that you already know how to think. But I’m going to posit to you that the liberal arts cliché turns out not to be insulting at all, because the really significant education in thinking that we’re supposed to get in a place like this isn’t really about the capacity to think, but rather about the choice of what to think about. If your total freedom of choice regarding what to think about seems too obvious to waste time discussing, I’d ask you to think about fish and water, and to bracket for just a few minutes your scepticism about the value of the totally obvious.
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Here’s another didactic little story. There are these two guys sitting together in a bar in the remote Alaskan wilderness. One of the guys is religious, the other is an atheist, and the two are arguing about the existence of God with that special intensity that comes after about the fourth beer. And the atheist says: “Look, it’s not like I don’t have actual reasons for not believing in God. It’s not like I haven’t ever experimented with the whole God and prayer thing. Just last month I got caught away from the camp in that terrible blizzard, and I was totally lost and I couldn’t see a thing, and it was 50 below, and so I tried it: I fell to my knees in the snow and cried out ‘Oh, God, if there is a God, I’m lost in this blizzard, and I’m gonna die if you don’t help me.’” And now, in the bar, the religious guy looks at the atheist all puzzled. “Well then you must believe now,” he says, “After all, here you are, alive.” The atheist just rolls his eyes. “No, man, all that was was a couple Eskimos happened to come wandering by and showed me the way back to camp.”
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It’s easy to run this story through kind of a standard liberal arts analysis: the exact same experience can mean two totally different things to two different people, given those people’s two different belief templates and two different ways of constructing meaning from experience. Because we prize tolerance and diversity of belief, nowhere in our liberal arts analysis do we want to claim that one guy’s interpretation is true and the other guy’s is false or bad. Which is fine, except we also never end up talking about just where these individual templates and beliefs come from. Meaning, where they come from INSIDE the two guys. As if a person’s most basic orientation toward the world, and the meaning of his experience were somehow just hard-wired, like height or shoe-size; or automatically absorbed from the culture, like language. As if how we construct meaning were not actually a matter of personal, intentional choice. Plus, there’s the whole matter of arrogance. The nonreligious guy is so totally certain in his dismissal of the possibility that the passing Eskimos had anything to do with his prayer for help. True, there are plenty of religious people who seem arrogant and certain of their own interpretations, too. They’re probably even more repulsive than atheists, at least to most of us. But religious dogmatists’ problem is exactly the same as the story’s unbeliever: blind certainty, a close-mindedness that amounts to an imprisonment so total that the prisoner doesn’t even know he’s locked up.
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The point here is that I think this is one part of what teaching me how to think is really supposed to mean. To be just a little less arrogant. To have just a little critical awareness about myself and my certainties. Because a huge percentage of the stuff that I tend to be automatically certain of is, it turns out, totally wrong and deluded. I have learned this the hard way, as I predict you graduates will, too.
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Here is just one example of the total wrongness of something I tend to be automatically sure of: everything in my own immediate experience supports my deep belief that I am the absolute centre of the universe; the realest, most vivid and important person in existence. We rarely think about this sort of natural, basic self-centredness because it’s so socially repulsive. But it’s pretty much the same for all of us. It is our default setting, hard-wired into our boards at birth. Think about it: there is no experience you have had that you are not the absolute centre of. The world as you experience it is there in front of YOU or behind YOU, to the left or right of YOU, on YOUR TV or YOUR monitor. And so on. Other people’s thoughts and feelings have to be communicated to you somehow, but your own are so immediate, urgent, real.
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Please don’t worry that I’m getting ready to lecture you about compassion or other-directedness or all the so-called virtues. This is not a matter of virtue. It’s a matter of my choosing to do the work of somehow altering or getting free of my natural, hard-wired default setting which is to be deeply and literally self-centered and to see and interpret everything through this lens of self. People who can adjust their natural default setting this way are often described as being “well-adjusted”, which I suggest to you is not an accidental term.
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Given the triumphant academic setting here, an obvious question is how much of this work of adjusting our default setting involves actual knowledge or intellect. This question gets very tricky. Probably the most dangerous thing about an academic education–least in my own case–is that it enables my tendency to over-intellectualise stuff, to get lost in abstract argument inside my head, instead of simply paying attention to what is going on right in front of me, paying attention to what is going on inside me.
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As I’m sure you guys know by now, it is extremely difficult to stay alert and attentive, instead of getting hypnotised by the constant monologue inside your own head (may be happening right now). Twenty years after my own graduation, I have come gradually to understand that the liberal arts cliché about teaching you how to think is actually shorthand for a much deeper, more serious idea: learning how to think really means learning how to exercise some control over how and what you think. It means being conscious and aware enough to choose what you pay attention to and to choose how you construct meaning from experience. Because if you cannot exercise this kind of choice in adult life, you will be totally hosed. Think of the old cliché about “the mind being an excellent servant but a terrible master.”
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This, like many clichés, so lame and unexciting on the surface, actually expresses a great and terrible truth. It is not the least bit coincidental that adults who commit suicide with firearms almost always shoot themselves in: the head. They shoot the terrible master. And the truth is that most of these suicides are actually dead long before they pull the trigger.
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And I submit that this is what the real, no bullshit value of your liberal arts education is supposed to be about: how to keep from going through your comfortable, prosperous, respectable adult life dead, unconscious, a slave to your head and to your natural default setting of being uniquely, completely, imperially alone day in and day out. That may sound like hyperbole, or abstract nonsense. Let’s get concrete. The plain fact is that you graduating seniors do not yet have any clue what “day in day out” really means. There happen to be whole, large parts of adult American life that nobody talks about in commencement speeches. One such part involves boredom, routine and petty frustration. The parents and older folks here will know all too well what I’m talking about.
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By way of example, let’s say it’s an average adult day, and you get up in the morning, go to your challenging, white-collar, college-graduate job, and you work hard for eight or ten hours, and at the end of the day you’re tired and somewhat stressed and all you want is to go home and have a good supper and maybe unwind for an hour, and then hit the sack early because, of course, you have to get up the next day and do it all again. But then you remember there’s no food at home. You haven’t had time to shop this week because of your challenging job, and so now after work you have to get in your car and drive to the supermarket. It’s the end of the work day and the traffic is apt to be: very bad. So getting to the store takes way longer than it should, and when you finally get there, the supermarket is very crowded, because of course it’s the time of day when all the other people with jobs also try to squeeze in some grocery shopping. And the store is hideously lit and infused with soul-killing muzak or corporate pop and it’s pretty much the last place you want to be but you can’t just get in and quickly out; you have to wander all over the huge, over-lit store’s confusing aisles to find the stuff you want and you have to manoeuvre your junky cart through all these other tired, hurried people with carts (et cetera, et cetera, cutting stuff out because this is a long ceremony) and eventually you get all your supper supplies, except now it turns out there aren’t enough check-out lanes open even though it’s the end-of-the-day rush. So the checkout line is incredibly long, which is stupid and infuriating. But you can’t take your frustration out on the frantic lady working the register, who is overworked at a job whose daily tedium and meaninglessness surpasses the imagination of any of us here at a prestigious college.
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But anyway, you finally get to the checkout line’s front, and you pay for your food, and you get told to “Have a nice day” in a voice that is the absolute voice of death. Then you have to take your creepy, flimsy, plastic bags of groceries in your cart with the one crazy wheel that pulls maddeningly to the left, all the way out through the crowded, bumpy, littery parking lot, and then you have to drive all the way home through slow, heavy, SUV-intensive, rush-hour traffic, et cetera et cetera.
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Everyone here has done this, of course. But it hasn’t yet been part of you graduates’ actual life routine, day after week after month after year.
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But it will be. And many more dreary, annoying, seemingly meaningless routines besides. But that is not the point. The point is that petty, frustrating crap like this is exactly where the work of choosing is gonna come in. Because the traffic jams and crowded aisles and long checkout lines give me time to think, and if I don’t make a conscious decision about how to think and what to pay attention to, I’m gonna be pissed and miserable every time I have to shop. Because my natural default setting is the certainty that situations like this are really all about me. About MY hungriness and MY fatigue and MY desire to just get home, and it’s going to seem for all the world like everybody else is just in my way. And who are all these people in my way? And look at how repulsive most of them are, and how stupid and cow-like and dead-eyed and nonhuman they seem in the checkout line, or at how annoying and rude it is that people are talking loudly on cell phones in the middle of the line. And look at how deeply and personally unfair this is.
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Or, of course, if I’m in a more socially conscious liberal arts form of my default setting, I can spend time in the end-of-the-day traffic being disgusted about all the huge, stupid, lane-blocking SUV’s and Hummers and V-12 pickup trucks, burning their wasteful, selfish, 40-gallon tanks of gas, and I can dwell on the fact that the patriotic or religious bumper-stickers always seem to be on the biggest, most disgustingly selfish vehicles, driven by the ugliest [responding here to loud applause] — this is an example of how NOT to think, though — most disgustingly selfish vehicles, driven by the ugliest, most inconsiderate and aggressive drivers. And I can think about how our children’s children will despise us for wasting all the future’s fuel, and probably screwing up the climate, and how spoiled and stupid and selfish and disgusting we all are, and how modern consumer society just sucks, and so forth and so on.
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You get the idea.
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If I choose to think this way in a store and on the freeway, fine. Lots of us do. Except thinking this way tends to be so easy and automatic that it doesn’t have to be a choice. It is my natural default setting. It’s the automatic way that I experience the boring, frustrating, crowded parts of adult life when I’m operating on the automatic, unconscious belief that I am the centre of the world, and that my immediate needs and feelings are what should determine the world’s priorities.
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The thing is that, of course, there are totally different ways to think about these kinds of situations. In this traffic, all these vehicles stopped and idling in my way, it’s not impossible that some of these people in SUV’s have been in horrible auto accidents in the past, and now find driving so terrifying that their therapist has all but ordered them to get a huge, heavy SUV so they can feel safe enough to drive. Or that the Hummer that just cut me off is maybe being driven by a father whose little child is hurt or sick in the seat next to him, and he’s trying to get this kid to the hospital, and he’s in a bigger, more legitimate hurry than I am: it is actually I who am in HIS way.
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Or I can choose to force myself to consider the likelihood that everyone else in the supermarket’s checkout line is just as bored and frustrated as I am, and that some of these people probably have harder, more tedious and painful lives than I do.
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Again, please don’t think that I’m giving you moral advice, or that I’m saying you are supposed to think this way, or that anyone expects you to just automatically do it. Because it’s hard. It takes will and effort, and if you are like me, some days you won’t be able to do it, or you just flat out won’t want to.
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But most days, if you’re aware enough to give yourself a choice, you can choose to look differently at this fat, dead-eyed, over-made-up lady who just screamed at her kid in the checkout line. Maybe she’s not usually like this. Maybe she’s been up three straight nights holding the hand of a husband who is dying of bone cancer. Or maybe this very lady is the low-wage clerk at the motor vehicle department, who just yesterday helped your spouse resolve a horrific, infuriating, red-tape problem through some small act of bureaucratic kindness. Of course, none of this is likely, but it’s also not impossible. It just depends what you want to consider. If you’re automatically sure that you know what reality is, and you are operating on your default setting, then you, like me, probably won’t consider possibilities that aren’t annoying and miserable. But if you really learn how to pay attention, then you will know there are other options. It will actually be within your power to experience a crowded, hot, slow, consumer-hell type situation as not only meaningful, but sacred, on fire with the same force that made the stars: love, fellowship, the mystical oneness of all things deep down.
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Not that that mystical stuff is necessarily true. The only thing that’s capital-T True is that you get to decide how you’re gonna try to see it.
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This, I submit, is the freedom of a real education, of learning how to be well-adjusted. You get to consciously decide what has meaning and what doesn’t. You get to decide what to worship.
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Because here’s something else that’s weird but true: in the day-to-day trenches of adult life, there is actually no such thing as atheism. There is no such thing as not worshipping. Everybody worships. The only choice we get is what to worship. And the compelling reason for maybe choosing some sort of god or spiritual-type thing to worship–be it JC or Allah, be it YHWH or the Wiccan Mother Goddess, or the Four Noble Truths, or some inviolable set of ethical principles–is that pretty much anything else you worship will eat you alive. If you worship money and things, if they are where you tap real meaning in life, then you will never have enough, never feel you have enough. It’s the truth. Worship your body and beauty and sexual allure and you will always feel ugly. And when time and age start showing, you will die a million deaths before they finally grieve you. On one level, we all know this stuff already. It’s been codified as myths, proverbs, clichés, epigrams, parables; the skeleton of every great story. The whole trick is keeping the truth up front in daily consciousness.
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Worship power, you will end up feeling weak and afraid, and you will need ever more power over others to numb you to your own fear. Worship your intellect, being seen as smart, you will end up feeling stupid, a fraud, always on the verge of being found out. But the insidious thing about these forms of worship is not that they’re evil or sinful, it’s that they’re unconscious. They are default settings.
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They’re the kind of worship you just gradually slip into, day after day, getting more and more selective about what you see and how you measure value without ever being fully aware that that’s what you’re doing.
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And the so-called real world will not discourage you from operating on your default settings, because the so-called real world of men and money and power hums merrily along in a pool of fear and anger and frustration and craving and worship of self. Our own present culture has harnessed these forces in ways that have yielded extraordinary wealth and comfort and personal freedom. The freedom all to be lords of our tiny skull-sized kingdoms, alone at the centre of all creation. This kind of freedom has much to recommend it. But of course there are all different kinds of freedom, and the kind that is most precious you will not hear much talk about much in the great outside world of wanting and achieving…. The really important kind of freedom involves attention and awareness and discipline, and being able truly to care about other people and to sacrifice for them over and over in myriad petty, unsexy ways every day.
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That is real freedom. That is being educated, and understanding how to think. The alternative is unconsciousness, the default setting, the rat race, the constant gnawing sense of having had, and lost, some infinite thing.
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I know that this stuff probably doesn’t sound fun and breezy or grandly inspirational the way a commencement speech is supposed to sound. What it is, as far as I can see, is the capital-T Truth, with a whole lot of rhetorical niceties stripped away. You are, of course, free to think of it whatever you wish. But please don’t just dismiss it as just some finger-wagging Dr Laura sermon. None of this stuff is really about morality or religion or dogma or big fancy questions of life after death.
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The capital-T Truth is about life BEFORE death.
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It is about the real value of a real education, which has almost nothing to do with knowledge, and everything to do with simple awareness; awareness of what is so real and essential, so hidden in plain sight all around us, all the time, that we have to keep reminding ourselves over and over:
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“This is water.”
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“This is water.”
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It is unimaginably hard to do this, to stay conscious and alive in the adult world day in and day out. Which means yet another grand cliché turns out to be true: your education really IS the job of a lifetime. And it commences: now.
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I wish you way more than luck.[/ezcol_2third][ezcol_1third_end][/ezcol_1third_end]
Título original: This Is Water
David Foster Wallace, 2009
Traducción: Javier Calvo
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