probando la traducción de perfecto e. cuadrado: se deja caer al suelo para escuchar su tintineo;
la de Ángel Crespo era una enorme traducción, así que no esperamos menos de esta.
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fernando pessoa
libro del desasosiego
compuesto por bernardo soares
ayudante de tenedor de libros
en la ciudad de lisboa
Título original: Livro do Desassossego
Fernando Pessoa, 1998
Traducción: Perfecto E. Cuadrado
3.
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Me gusta, en las tardes lentas de verano, el sosiego de la parte baja de la ciudad, y sobre todo aquel sosiego que el contraste acentúa en el momento en que el día se entrega más al bullicio.
La Rúa do Arsenal, la Rúa da Alfândega, la prolongación de las calles tristes que se arrastran hacia el este desde el final de la de Alfândega, toda la línea distante de los muelles en calma —todo me conforta de tristeza, si me inserto, en esas tardes, en la soledad de su conjunto.
Vivo en una era anterior a la era en que vivo; disfruto de sentirme contemporáneo de Cesário Verde, y tengo en mí, no otros versos como los de él, sino la sustancia igual a la de los versos que fueron suyos. Por allí arrastro, hasta entrada la noche, una sensación de vida parecida a la de esas calles. De día están llenas de un bullicio que no quiere “decir nada; de noche están llenas de una ausencia de bullicio que nada quiere decir. Yo de día soy nulo, y de noche soy yo.
No hay diferencia entre yo y las calles de la parte de la Alfândega, salvo el ser ellas calles y yo ser alma, lo que puede que nada valga ante lo que es la esencia de las cosas. Hay un destino igual, porque es abstracto, para los hombres y para las cosas —una designación igualmente indiferente en el álgebra del misterio.
Pero hay alguna cosa más… En esas horas lentas y vacías, me sube del alma a la mente una tristeza de todo el ser, la amargura de que todo sea al mismo tiempo una sensación mía y una cosa exterior, que no está en mi poder alterar. ¡Ah, cuántas veces mis propios sueños se me yerguen en cosas, no para sustituirme la realidad, sino para confesárseme sus iguales al no quererlos yo, al surgirme desde fuera, como el tranvía que da la vuelta en la curva final de la calle, o la voz del pregonero nocturno de no sé qué, que sobresale, tonada árabe, como un chorro repentino, en la monotonía del atardecer!”
“Pasan futuros cónyuges, pasan las parejas de costureras, pasan muchachos con prisas de placer, fuman en su paseo de siempre los jubilados de todo, en una que otra puerta observan poca cosa los vagos parados dueños de las tiendas. Lentos, fuertes y flacos, los reclutas sonambulizan en haces muy ruidosos cuando no mucho más que ruidosos. Los automóviles allí a estas horas no son muy frecuentes; son, sí, musicales. En mi corazón hay una paz de angustia, y mi sosiego está hecho de resignación.
Pasa todo eso, y nada de todo eso me dice nada, todo es ajeno a mi destino, ajeno incluso al destino mismo —inconsciencia, carambas al desatino cuando el azar lanza piedras, ecos de voces incógnitas— ensalada colectiva de la vida.
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