Recuerdos de matrimonio

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Buscábamos un subsuelo donde vivir,

cualquier lugar que no fuera una casa de huéspedes.

El paraíso perdido

tomaba ahora su verdadero aspecto: uno de esos pequeños departamentos

que se arriendan por un precio todavía razonable

pero a las seis de la mañana. «Ayer no más lo tomó un

matrimonio joven».

Mientras íbamos y veníamos en la oscuridad en direcciones capciosas.

El hombre es un lobo para el hombre y el lobo una dueña de casa de pensión

con los dientes cariados,

húmeda en las axilas, dudosamente viuda.

Y allí donde el periódico nos invitaba a vivir se alzaba

un abismo de tres pisos:

Un nuevo foco de corrupción conyugal.

Mientras íbamos y veníamos en la oscuridad, más

distantes el uno del otro a cada paso

ellos ya no estaban allí, estableciendo su nido sobre

una base sólida,

ganándose la simpatía del conserje, tan hosco con los

extraños como ansioso de inspirarles gratitud filial.

«No se les habrá escapado nada. Seguramente el nuevo

ascensorista recibió una propina»

«La pareja ideal». A la hora justa. En el momento

oportuno.

De ellos, los invisibles, sólo alcanzábamos a sentir su

futura presencia en el cuarto vacío:

nuestras sombras tomadas de la mano entre los primeros brotes

de sol en el parquet.

un remanso de luz blanca nupcial.

«Pueden verlo, si quieren

pero han llegado tarde»

Se nos haría tarde.

Se hacía tarde en todo.

Para siempre.

 

 

 

 

 

Enrique Lihn

Recuerdos de matrimonio

Nueva poesía de América

1970

 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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