natalia ginzburg: no podemos saberlo

 

 

Junio de 1965

 

Natalia Levi, conocida como Natalia Ginzburg

Italia, 1916 – 1991

 

 

 

No podemos saberlo. Nadie lo ha contado. Tal vez allí no haya nada más que una red desfondada, cuatro sillas despanzurradas y una vieja zapatilla roída por los ratones. Puede ser que Dios sea un ratón y que corra a esconderse cuando lleguemos. O tal vez sea también la vieja zapatilla roída y destrozada. No podemos saberlo.

 

Tal vez Dios tenga miedo de nosotros y huya, y durante mucho tiempo tengamos que llamarle una y otra vez con los nombres más dulces para que vuelva. Desde un punto lejano de la habitación Él nos observará inmóvil.

 

Tal vez Dios sea pequeño como una mota de polvo, y solo podamos verlo en el microscopio, minúscula sombra azul en el portaobjetos, minúscula a la negra perdida en la noche del microscopio, y nosotros ahí de pie, mudos, mirando ansiosos. Tal vez Dios sea grande como el mar, y espumee y truene.

 

Tal vez Dios sea frío como el viento invernal, tal vez aúlle y retumbe como un ruido ensordecedor, y debamos llevarnos las manos a los oídos, helados y temblorosos, agazapados en el suelo. No podemos saber cómo es Dios. Y de todo lo que quisiéramos saber es lo único realmente esencial.

 

Tal vez Dios sea tedioso como la lluvia, y ese paraíso suyo sea un tedio mortal.

 

Tal vez Dios lleve gafas negras, un pañuelo de seda y dos zorrillos atados de sendas correas. Tal vez lleve unas polainas, esté sentado en un rincón y no diga ni media palabra. Tal vez tenga el pelo teñido y un transistor, y tome el sol en las piernas sentado en lo alto de un rascacielos. No podemos saberlo. Nadie sabe nada. Tal vez nada más llegar nos mande a la tienda a comprarle pan y salchichón y una botella de vino.

 

Tal vez Dios sea tedioso, tanto como la lluvia, y ese paraíso suyo sea la misma cantinela de siempre, un revolotear de velos, de plumas, de nubes, un olor a lirios cortados, un aburrimiento mortal, y de vez en cuando alguna que otra palabra para usar el tiempo. Tal vez Dios sean dos, una pareja de recién casados abandonados al sueño en una mesa de taberna.

 

Tal vez Dios no tenga tiempo. Nos dirá que nos vayamos y que volvamos más tarde. Nosotros nos iremos de paseo y nos sentaremos en un banco de piedra a contar los trenes que pasan, las hormigas, las aves, los barcos. A esa alta ventana, Dios se asomará a mirar la noche y la calle.

 

No podemos saberlo. Nadie lo sabe. Puede ser también que Dios tenga hambre y debamos quitársela, tal vez se muera de hambre, tenga frío y tiemble de fiebre bajo una manta sucia y llena de chinches, y tengamos que correr en busca de leche y leña, y llamar a un médico, y quién sabe si encontraremos enseguida un teléfono, la ficha y el número, en la noche llena de gente, quién sabe si tendremos suficiente dinero.

 

 

 

 

 

 

 

 

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