luis garcía montero:  poética

 

 

 

 

 

poética

 

 

Publiqué mi primer libro en 1980, unos poemas en prosa de ima-
ginería y atmósfera vanguardista. Pero a partir de mi segundo libro,
junto a otros poetas de mi generación, aposté por una estética no ge-
neracional, abiertamente relacionada con las posibilidades estéticas del
realismo, los tonos coloquiales y la naturalidad: Garcilaso, Fernández
de Andrada, Cadalso, Bécquer, Antonio Machado, Pedro Salinas, Luis
Cernuda, Rafael Alberti, Blas de Otero, José Hierro, Angel González,
Jaime Gil de Biedma, Carlos Barral, José Manuel Caballero Bonald,
José Agustín Goytisolo, Francisco Brines, etc. Me gustan las metáforas
y las imágenes radicales de la vanguardia, pero sólo cuando sirven para
darle intensidad significativa a la meditación moral y al tono sencillo
de las conversaciones. En este camino aprendí la lección de poetas
como Federico García Lorca y Claudio Rodríguez. La lista de autores
españoles y extranjeros podría ser interminable, porque mi pasión por
la poesía es, sobre todo, la pasión de un lector que se ha emocionado
muchas veces con un libro de poemas en las manos.
Las reflexiones de Antonio Machado sobre el carácter histórico de
los sentimientos y una formación marxista, dedicada a indagar el ca-
rácter ideológico de la intimidad, han marcado los esfuerzos de mi li-
teratura. He procurado huir al mismo tiempo del individualismo en-
simismado y de los manifiestos sociológicos que niegan por decreto la
primera persona. La mirada propia no cae de las nubes, pertenece a
una determinada educación sentimental, pero los sentimientos públi-
cos y las ideologías sólo existen cuando se plasman en unos ojos. Esta
manera de relacionar intimidad e historia nos llevó a algunos amigos,
al principio de los años 80, a la búsqueda machadiana de la otra sen-
timentalidad. Luego empezó a hablarse de poesía de la experiencia, un
término que me parece ambiguo, pero al que me he ido aficionando
gracias a las criticas feroces que despierta. Es raro el día que no apare-
ce un artículo o se celebra un congreso en contra de la poesía de la ex-
periencia. El tradicionalismo se disfraza de odios diferentes según los
tesoros que vigila. El tradicionalismo social defiende las mañanas de
iglesias, las costumbres de orden y la sexualidad convencional. El tra-
dicionalismo poético suele defender la espontaneidad romántica y el
alma sangrada e irracional de los poetas.
Concibo la poesía corno un oficio, un género de ficción que nece-
sita el conocimiento técnico y muchas horas de trabajo. No se trata de
dar testimonio notarial de la vida, sino de crear vida y experiencias
morales en el artificio del texto. Frente a la cursilería decimonónica del
silencio lírico y las esencias ocultas, prefiero aceptar que la poesía es
una cuestión de palabras.
El tono que me gusta adoptar al escribir poemas es también una de-
cisión ideológica. La modernidad surgió con la dignidad renacentista
del ser humano y con la fe ilustrada en el progreso técnico y en la fe-
licidad pública. Sin embargo, por la paradojas de la historia, la estéti-
ca contemporánea suele utilizar el concepto de modernidad para refe-
rirse a los autores que desconfían de la sociedad, del progreso técnico,
de la razón y su lenguaje. En la época que vivimos, marcada por la
vuelta a los irracionalismos, el fin de las utopías, las sectas religiosas y
la desarticulación pública, me parece conveniente regresar, aunque
con ojos críticos, al sentido original de la modernidad. Precisamente
por eso me siento postmoderno. Escribir poesía es para mí lo mismo
que trabajar por una recuperación de los vínculos sociales. Elaboro el
poema como una cita, un lugar autónomo que a veces consigue unir
las soledades del autor y del lector.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

antología consultada
de la poesía española

el último tercio del siglo
1968-1998

volumen CCCC
colección visor de poesía
visor madrid 1998

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