manuel vilas: resurrección: IV. el inmaduro: portugal
resurrección
2005
portugal
Estuve en el norte de Portugal y me gustaron las autopistas
portuguesas,
son nuevas y tienen brillos diminutos en su piel.
Me gusta la ropa tendida en los balcones del centro de Oporto.
Me hubiera gustado tender tus bragas yo mismo, tus faldas, tus
blusas.
Un montón de ropa, curvando la cuerda hasta dos pisos más abajo.
Sábanas tocando el sucio suelo, bragas grandes de mujeres
nauseabundas,
mujeres a las que me gustaría oler, palpar, comer, sanar, roer.
Whisky y malditas mujeres y Portugal y esa cercanía odiosa de
Spain.
Me gusta el Oporto rojo.
En Coimbra comí el corazón alegórico
de todos los peces del Atlántico,
estaba bastante borracho, mirando la luna, y esa cercanía odiosa
de Spain.
Te sientas en una plaza, miras el Mondego, miras el Duero
y bebes un poco de vino,
y no hay nada más, jamás hubo nada más.
La felicidad de los monos, eso hubo.
Me gustan las antiguas matrículas negras con torneados,
dibujados números blancos
de los coches portugueses de los años ochenta.
Son las mejores matrículas de la tierra.
Celestiales matriculas, por qué no. Cállate. Deberías callarte.
En Oporto, en el delta del Duero, vi un barco hundido
lleno de gaviotas enloquecidas; me hubiera gustado matarlas
a dentelladas.
Comerme sus alas calientes, vivas. Sus ojos, oscuros, inútiles, vivos.
En Coimbra vi en el Mondego un montón de carros de
supermercado
a dos metros bajo el agua.
Alguien los tiró allí, y el agua permite verlos,
esa transparencia del agua es lo más hermoso de la tierra.
La máxima transparencia en el máximo desperdicio, en una fusión.
Cuando digo Portugal alargo la «a» final hasta que la hago chocar
contra la piedra de la vida.
Cuando cae la noche
en Oporto, en la ribera del Duero,
y veo los gigantescos
puentes dividiendo la ciudad en dos,
cuando piso el puente Luis I
y me entran unas ciclópeas ganas de arrojarme al agua y pensar
en cuánto tiempo aguantaría vivo,
en esos millones de años que llevo vivo,
cuando veo los pequeños restaurantes vacíos,
las calles negras que se pierden, que se alejan del río,
cuando miro
los carteles gigantescos de los vinos de Oporto,
fantasmales en la noche del fantasma de millones de siglos,
cuando me siento en un banco,
en un maldito banco con la madera cuarteada,
cuando pienso en qué estoy haciendo aquí,
cuando pido desaparecer
y cuando me duele la cabeza de tanto rezo,
de tanta plegaria, de tanta posesión,
soy dios cuando hago todo eso, un dios húmedo.
Yo fui portugués alguna vez, qué horror, qué triste patria,
aún peor que Spain y ya es decir.
Me gusta ese barco hundido,
la madera abierta, y ese otro, despedazado, en donde un hombre y
una mujer, desdentados, pobres, morenos, viven como pueden y
la vida sigue rodando y follan al lado de las ratas que hablan en
inglés
y te juro que entonces me gustaría ser el río Douro
o el Mondego, no, no, entonces me gustaría ser el fantasma
presente
en las pizzerías, en las autopistas, en los puentes, en los restaurantes,
en los suburbios, el fantasma en trance de merecimiento de todos
los dones, todos, todos, todos los dones insoportables, absurdos,
girando.
El fantasma de la vida, quieto en el puente Luis I.
Me senté a la diestra de Dios padre y no aguanté ni diez segundos,
me aburría y me di el piro.
Estoy solo, y hambriento.
La soledad más grande, un imperio de soledad, eso es.
Me acuerdo de mi madre mientras atravieso el puente Luis I,
pero ya nadie tiene madre, ni familia, ni patria.
No tenía nada.
Te juro que no tenía nada;
bueno, lo que tenía era hambre.
Me gusta Portugal.
Me gusta Oporto.
Me voy a quedar a vivir aquí.
Te mataré, lo juro.
manuel vilas
poesía completa
1980-2018
volumen MLIX de la colección Visor de Poesía
2ª edición, enero 2019
3ª edición, noviembre 2019
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madrid
Hay que dejar que Vilas nos cuente —despacio— sus métodos,
siempre sin disecar su hermosa poesía, solamente leyendo sus poemas
al ritmo que les haya puesto, porque Vilas no es parsimonioso ni tampoco
precipitado, escribe lo que quiere o debe escribir, eso es.
Nos cuenta las cosas con una nostalgia sin nostalgia o a veces con
nostalgia, pero enseguida suelta un exabrupto o una exageración
para quitarse y quitarnos de encima el empalago de los sentimientos,
porque un hombre y una mujer follan al lado de las ratas que hablan en
inglés y el fantasma de la vida está quieto en el puente Luis I.
Y de repente dice que no hay nada más porque jamás hubo nada más, y
sabemos, sentimos que es así, que tiene que ser así, como dice Vilas,
porque lo dice Vilas.
ndalfonso