manuel vilas: una sola vida: trabajo
lumen 2022
Se trata de uno de los 28 inéditos que Vilas
incluye en esta compilación de su poesía.
trabajo
Toda la vida trabajando, eso ha sido mi vida.
Trabajando y pagando cuotas a la Seguridad Social española,
un ente que inventó el generalísimo Francisco Franco
y que sigue y seguirá siempre ahí,
robándote, como hacía la mafia en Nueva York,
arrancándote un trozo de carne
de tu frente sudada.
Me he pasado toda la vida trabajando.
Las seis de la mañana fue mi hora,
la hora de los trabajadores.
Fui camarero, fui peón de albañil,
fui ferrallista, fui vendimiador,
fui cabo de infantería,
fui auxiliar administrativo,
fui becario,
fui parado,
fui maestro de escuela pública.
Ahora soy escritor,
pero cualquier día de estos
acabo de camarero en un MacDonald’s,
porque todo se reordena cada día
y porque la vida tiende a la comedia.
De todos los trabajos que tuve
el de ferrallista fue el más real,
construía casas con mis manos,
casas para los seres humanos,
para que vivieran bajo un techo,
para que pudieran amarse bajo un techo,
pensaba en ellos mientras dejaba la piel
de mis manos en la polvorienta ferralla.
No sé vivir sin trabajar,
como le pasó a mi padre
y al suyo, en una cadena
de esfuerzos compartidos
que ha dado en llamarse España,
pero sin nosotros dentro.
Sin mí.
Es un mandato genético.
Viene de la noche del hambre.
De la intemperie profunda.
Mi madre se quedó viuda
con una pensión de ochocientos euros.
Y mi padre se murió pronto.
Y eso fue todo.
Ahora a mí parece que me va mejor,
pero no me fío.
Sigo teniendo mucho miedo,
miedo a no tener nada,
a que se lo queden todo ellos,
esos señores que se llaman siempre España,
unos señores que cambian con los tiempos,
que unas veces toman una apariencia,
otras, otra,
pero están allí,
siempre estuvieron allí,
siempre son y fueron lo mismo,
recordándote que tú no eres uno de ellos.
Ahora tengo unos dolores de espalda espantosos
pero mi médico de la Seguridad Social
dice que vuelva mañana,
le importo muy poco, pero eso sí,
se queda mi dinero todos los meses.
Me quedan como consuelo
los versos de Jorge Manrique,
porque a un español herido y asustado
siempre le auxilian dos poetas.
Uno se llama Antonio Machado.
Y el otro Jorge Manrique.
«Buen caballero, dejad el mundo engañoso»,
ese es mi lema hoy, en las puertas del final.
Siempre he apestado a pobre.
Los versos de la calle no han gustado
nunca en España.
Y ese olor de la calle,
esos restos del analfabetismo, la brutal ignorancia
y el miedo y la barata desolación
y la desconfianza mezclada con ganas de morir,
ese olor a pueblo, a gente fracasada,
ese hermanamiento con los deficientes mentales
que llevo en la sangre,
ese olor a loco, a chiflado, a tartamudo,
no te lo quitas nunca de encima.
•
0 comentarios