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Siempre que pueden se sientan en frente del espejo. Hablan con nosotros y se cortejan con los ojos a sí mismos.

A veces, como en los noviazgos, se distraen de la conversación. Siempre les he resultado simpático porque mi

aversión adulta por mi aspecto me ha impulsado siempre a escoger el espejo como cosa a la que volver la espalda.

Así, y ellos lo reconocían instintivamente tratándome bien siempre, yo era el muchacho escuchador que les dejaba

siempre libres la vanidad y la tribuna. En conjunto, no eran malos chicos; en particular, eran mejores y peores.

Tenían generosidades y ternuras insospechables para un sacador de promedios, bajezas y sordideces difíciles de

adivinar por cualquier ser humano normal.

Miseria, envidia e ilusión —así los resumo, y en esto resumiría aquella parte de ese ambiente que se infiltra en la

obra de los hombres de valía que alguna vez han hecho de esa estancia de resaca un barbecho de engañados.

(Es, en la obra de Fialho, la envidia flagrante, la grosería despreciable, la inelegancia «das coisas» (de las cosas).

Es decir, un contable. Unos tienen gracia, otros tienen sólo gracia, otros todavía no existen. La gracia de los cafés

se divide en dichos ingeniosos sobre los ausentes y dichos insolentes a los presentes. A este género de ingenio se

le llama, ordinariamente, tan sólo grosería. Nada hay más indicador de la pobreza de la mente que no saber ser

ingenioso más que a costa de las personas. Pasé, vi y, al contrario que ellos, vencí. Porque mi victoria ha consistido

en ver. Reconocí la identidad de todos los aglomerados inferiores: vine a encontrar aquí, en la casa donde tengo un

cuarto, la misma alma sórdida que me habían revelado los cafés, salvo, gracias a todos los dioses, la noción de

triunfar en París. La dueña de esta casa se atreve con la Avenida Nueva91 en algunos de sus momentos de ilusión,

pero se encuentra a salvo del extranjero, y mi corazón se enternece. Conservo de este paso por el túmulo de la

voluntad la memoria de un tedio nauseabundo y de algunas anécdotas ingeniosas. Van de entierro, y parece que

ya, camino del cementerio se ha olvidado el pasado en el café, pues va callado ahora. …y la posteridad nunca sabrá

de ellos, escondidos de ella para siempre bajo la mole negra de los pendones ganados en sus victorias por vencer.


 

Sempre que podem, sentam-se defronte do espelho. Falam conosco e namoram-se de olhos a si mesmos.

Por vezes, como nos namoros, distraem-se da conversa. Fui-lhes sempre simpático, porque a minha aversão

adulta pelo meu aspecto me compeliu sempre a escolher o espelho como coisa para onde virasse as costas.

Assim, e eles de instinto o reconheciam tratando-me sempre bem, eu era o rapaz escutador que lhes deixava

sempre livres a vaidade e a tribuna. Em conjunto não eram maus rapazes; particularmente eram melhores e

piores. Tinham generosidades e ternuras insuspeitáveis a um tirador de médias, baixezas e sordidezas difíceis

de adivinhar por qualquer ente humano normal. Miséria, inveja e ilusão — assim os resumo, e nisso resumiria

aquela parte desse ambiente que se infiltra na obra dos homens de valor que alguma vez fizeram dessa

estância de ressaca um pousio de enganados. (É, na obra de Fialho, a inveja flagrante, a grosseria reles, a

deselegância nauseante…). Uns têm graça, outros têm só graça, outros ainda não existem. A graça dos cafés

divide-se em ditos de espírito sobre os ausentes e ditos de insolência aos presentes. A este gênero de espírito

chama-se ordinariamente apenas grosseria. Nada há mais indicador da pobreza da mente do que não saber

fazer espírito senão com pessoas. Passei, vi, e, ao contrário deles, venci. Porque a minha vitória consistiu

em ver. Reconheci a identidade de todos os aglomerados inferiores: vim encontrar aqui, na casa onde tenho

um quarto, a mesma alma sórdida que os cafés me revelaram, salvo, graças aos deuses todos, a noção de

vencer em Paris. A dona desta casa ousa Avenidas Novas em alguns dos seus momentos de ilusão, mas do

estrangeiro está salva, e o meu coração enternece-se. Conservo dessa passagem pelo túmulo da vontade

a memória de um tédio nauseado e de algumas anedotas com espírito. Vão a enterrar, e parece que já no

caminho do cemitério se esqueceu no café o passado, pois vai calado agora. … e a posteridade nunca saberá

deles, escondidos dela para sempre sob a mole negra dos pendões ganhados nas suas vitórias de dizer.

 

 

 

Fernando Pessoa

Del español:

Libro del desasosiego 46

Título original: Livro do Desassossego

© por la introducción y la traducción: Ángel Crespo, 1984

© Editorial Seix Barrai, S. A., 1984 y 1997

Segunda edición

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Del portugués:

Livro do Desassossego composto por Bernardo Soares

© Selección e introducción: Leyla Perrone-Moises

© Editora Brasiliense

2ª edición

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