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la supervisora
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La supervisora, con un gesto tiernamente tosco, se tiene o se sostiene o se toca la demacrada teta derecha con la mano abierta,
que quizá se le ha quedado atrapada debajo del moscardón. Se dice que el que sabe dormir es el que se entremete la almohada
entre el hombro y la mandíbula, como si fuese un violín, que es lo que viene a pasarle a la supervisora, que más que tumbada
entre las flores dispersas del sofá, es una mujer derrumbada, sobrecaída, como si la otra se le hubiese caído encima y la estuviera
aplastando contra el sofá, amorosamente.
Tiene el brazo apoyado en el respaldo con ese gesto de abandonada confianza que tienen los amantes, cuando se duermen juntos,
para negar la separación y continuarse en el otro y hacerse uno: la supervisora ha incorporado a su expandido cuerpo el cuerpo
entero y florido del sofá, y con el brazo se está respaldando a sí misma como si fuera otra, otro, con esa dificultad que tienen los
gordos para reconocer sus límites y el esquema de su cuerpo y de su carne y de su piel: está entre ella y ella misma y otra y lo otro.
La super participa evolutivamente de la expansiva ameba; de los pliegues obesos –y ásperos y espesos- de la piel dérmica del batracio.
Y, sobre todo, participa de la marchosa sustancia, que se desparrama cuando se quita la falda, que es la misma sustancia de la barriga
del apoderado de un banco, o la sustancia de sus tremendas y descolgadísimas tetas, hijas grandes del amor.
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Narciso de Alfonso
Merodeos: el desnudo femenino en la pintura
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Lucian Freud
Benefits Supervisor Sleeping
Oil on canvas 59 5/8 x 86¼ in. (151.3 x 219 cm.) Painted in 1995.
Provenance: Acquavella Galleries, Inc., New York
Private collection, Europe
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