abraham gragera
adiós a la época de los grandes caracteres
adiós a la época de los grandes caracteres
De algún modo, tú siempre lo has sabido, pero cuántas novelas permanecen sosegadas ahí,
sobre la alfombra, a merced del no tan robusto suelo, abiertas por donde nada ha sucedido aún.
Y las dimos sin más, por terminadas, para buscar alojo entre el pasado y la gramática, donde
cualquier alivio es soledad…
Ah el presente, derroche virtuoso de la curva antes de la aparición de los rincones.
Parece que no llega a suceder.
Alzar ahora la voz en este cuarto vulgar de primer piso, vertedero de armarios y secretos generalizables,
resulta algo ridículo, aunque también lo sea depurar ciertas palabras de su exceso de infinito.
Así, la telaraña dice adiós a la época de los grandes caracteres, mecida por el aire, la presa, el cazador…
Así el pasado planta cada lugar en el lugar preciso y asienten, prometeicos, los objetos, porque no
son justificables, aunque se les juzgue, también, por lo contrario, forzando a los decoradores a oficiar
de guionistas.
Y aquí es donde entras tú, con tus ropas a medio poner, rodeada de tajantes precipicios. Las olas sonríen,
desdentadas. Las venas restallan, emotivas, tensas en los violines del deseo cuando tañen su no feroz a
las interpretaciones para sobrevivir a los profesionales de la insatisfacción. Y al destino, que siempre
será romántico, de la arena a la actualidad.
Así responden los ahogados al disimulo de los peces y se venden más clásicos sin anotar en los
supermercados.
Digamos sólo fue o volvió, la ola. El resto no es burla, ni venganza, sino un malentedido que cada uno
trata de revolver a su favor, como buscar el pájaro que canta entre follaje y ver únicamente el serrín
del taxidermista.
Retorcido, aunque no tanto como acusar a los árboles de manierismo. O al viento, que todo lo enarbola,
de adelantarse a las manos y susurrar entre dos cuerpos, como un desaliñado mayordomo: reportaos.
∫
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