abraham gragera:
el tiempo menos solo
los años mudos
Pero también perdimos la palabra
mucho antes, antes de que supiéramos siquiera
que la palabra existía
mucho antes de nosotros y de los que existieron antes
junto a nosotros, en los huecos que dejamos al cambiar de lugar, en cada instante
que inauguramos. Así que no es motivo de preocupación, más bien una posibilidad inesperada
de amar nuestra lengua porque una vez amamos la palabra
que dispersó las lenguas, sin ser estrictamente religiosos, ni vulnerables a las profecías.
Me pregunto por qué pasó de largo la poesía
frente a nuestros intentos de adquirir dominio público, y nos dejó de este modo, imaginando
con tanta imprecisión tragedias generalmente aceptadas, por los que sufren y por los que persiguen
transformar sus asuntos en ejemplos. Por qué es difícil escribir, por qué no basta
el simple amor porque las cosas sean
incapaces de aceptar el yugo, lo literal de nuestras voluntariosas
aproximaciones: los barcos mugen, crepusculares, las gaviotas levantan
su torre de Babel en la corriente térmica; el sol se agita como un saltamontes entre el bajo voltaje de las chicharras
y en los muros del solar abandonado las telarañas recuerdan
a la espuma marina. ¿Qué pensarán las nubes, es el tiempo el que cambia
o sólo lo hace nuestra forma de recordar? ¿Está nuestra ilusión del otro lado, por eso nos dispara por la espalda
y nos sentimos la espalda del futuro, y lo sabemos? Nos ha costado tanto llegar hasta el presente
que es demasiado tarde para ser mañana.
Por eso es cada vez la última.
Y agobiados hasta lo interminable, con vergüenza de ser como las falsas etimologías,
con aire silencioso, de futuros conocidos, tratamos de encarnar en lo posible
este amor imposible
por todo lo que es, perece y muda.
Porque en nuestro futuro no hay memoria
y somos el futuro de todo lo que está a nuestras espaldas.
Π
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