actividades nocturnas

 

 

 

Creo que he estado toda la noche a este lado de la realidad o de la conciencia, o casi, y he leído algunas

cosas que Aristóteles escribió sobre el lenguaje, tal vez sobre la convencionalidad y la elipsis del lenguaje,

no lo recuerdo bien, y más tarde he buscado algún texto de sociología que explicara en pocas líneas cómo

puede seguir funcionando la sociedad, qué perversiones o inseguridades o inercias o temores o estupideces

la mantienen.

Todas las noches, antes del amanecer, oigo cómo ponen en marcha y arrancan un camión: son siempre los

mismos ruidos, siempre en el mismo orden: la pesada puerta que se cierra, un tiempo largo hasta que el

conductor acciona el motor de arranque que se va agotando sin poner en marcha el camión, que es cuando

siempre me digo que ya no lo conseguirá, que no es posible que ese sonido que se estira agonizando, como

una tos que se acaba, ponga en marcha nada, pero cada vez, cada día, el camión acaba arrancando: con fuerza,

con exceso, casi rugiendo, tal vez impaciente o inquieto, anticipando el asfalto, los kilómetros, el aroma del viento

en el morro y el terciopelo de la velocidad en el metal.

He estado casi toda la noche a este lado de la realidad, y cerca del amanecer los ruidos han ido creciendo,

aumentando, diferenciándose sobre ese rumor nocturno, continuo, que era, tal vez, el de la arena del tiempo al

caer con suavidad sobre el paisaje, sobre las hojas abiertas de los árboles, como una nieve irregular o un insecto

muy largo de patas posándose en las piedras.

A este lado de la realidad pero sacando el brazo por la ventanilla, tocando el viento de la noche cargado de

espacio cósmico y haciendo con los pies el ruido rítmico de andar despacio con unos zapatos grandes y pesados,

duros como los cascos de un centauro.

Toda la noche a este lado de la conciencia, o casi, pero siempre negociando con algo o con alguien, tratando de

llegar a un acuerdo para que las cosas sean más fáciles o más dóciles, tratando de entender.

No es que, por la noche, la sociedad duerma o esté solamente en potencia social, sino que, como los colores, deja

de existir, desaparece. Estoy hablando de la sociedad, no de los tipos que la hacen o la deshacen: ellos sí que tienen

el intelecto en potencia mientras duermen: y algunos también de día, cuando están despiertos pero parpadean

como si estuvieran cosiendo el ajuar a la luz de la luna.

A veces, a lo largo de la noche, oigo, como Lorca, que un horizonte de perros ladra, lejos del río. Otras veces

solamente ladra un perro, con insistencia, como pidiendo explicaciones o repitiendo la misma pregunta con las

mismas palabras ladradas. Es molesto: no para mí, que lo oigo escuchándolo, sino en sí mismo, tal vez incluso

para el perro: carece de armonía y se oye cada uno de los ladridos como si fuera una imprecación: sin humildad

y fuera de lugar, como si no hubiera comprendido que su función en el cosmos es tan sólo doméstica, testimonial,

simbólica, representativa.

He estado toda la noche, o casi, a este lado de la realidad, de la conciencia, solamente de vez en cuando pasaba

una moto o un coche, pero casi todo el tiempo había silencio: un silencio impuro, sucio, como cuando tenemos

unos vecinos a los que nunca se oye: como si no estuvieran; pero cuando se marchan unos días de viaje o de

vacaciones, entonces oímos el silencio real, el silencio de su ausencia.

 Casi toda la noche a este lado de la realidad: no pensando, sino más bien observando, aunque tampoco observando,

sino tomando algunas notas, sin ninguna pretensión: palabras sueltas, frases cortas con abreviaturas, escritas

con descuido porque nunca las leeré: se trataba, tal vez, de ir concretando, sólo para no quedarme indefinidamente

en la misma nube, en el mismo bloque mental. 

En cierto sentido se podría decir que ha sido una noche vacía; si alguien me preguntara qué he hecho, qué ha

sucedido esta noche, le respondería seguramente sin palabras, sólo con el gesto de levantar ligeramente los hombros.

Querría decirle así: ‘bueno, ya sabes, como siempre, nada especial’. Pero también querría decirle, como cuando

alguien nos pregunta en un momento de silencio quizá más largo, en qué estamos pensando: ‘bueno, ya sabes,

sucede como con los sueños cuando ya estás despierto: no se dejan contar’.

Pero, en el otro sentido, la noche no ha estado vacía como cuando se dice que está vacía una casa donde no hay

nadie, o como cuando una botella de leche se termina. Ni mucho menos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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