agustín fernández mallo

 

nocilla lab

 

 

2009

Alfaguara

 

Parte 2

 

MOTOR AUTOMÁTICO

 

 

1

 

 

«Lo recordaré siempre porque fue simple y sin circunstancias inútiles».

(Casa tomada, Julio Cortázar)

 

Espero no haber malgastado esa frase a estas alturas del libro.

 

 

2

 

 

Entonces nos despertamos.

Ella sonrió.

Salimos del coche, nos apoyamos ambos en la carrocería. Mientras comíamos lo que

quedaba: medio paquete de galletas, 3 melocotones y agua, decidimos que el letrero que

nos advertía de la existencia de una penitenciaría al final de la carretera era lo suficientemente

disuasorio. No íbamos a continuar.

El sol, rasante, alargaba la sombra del coche y la fundía con las nuestras sobre una extensa

capa de matorrales. Lo que yo vi allí proyectado, en la combinación de las sombras de nuestros

cuerpos con la del coche, era claramente la cabeza de un gato. Comentamos qué estaría haciendo

en ese momento nuestra gata.

 

Mientras ella, sentada en el capó, apuraba la última galleta entré, giré la llave del contacto; el

indicador de combustible subió justo por encima de la zona de la reserva. Arranqué. Al sonido del

escape varios pájaros de pequeño tamaño salieron de entre la maleza y volaron unos metros con la

torpeza de un objeto lastrado antes de caer de nuevo. Calenté el motor con acelerones. Ella, aún

fuera, se levantó la falda, se quitó las bragas y cogió otras de la bolsa. Tiró las usadas. Se

quedaron prendidas al tapiz de matorrales.

 

3

 

Rodamos por carreteras que ya conocíamos y al cabo de 3 horas llegamos a la principal. No tardó

en aparecer una Shell. Repostamos, tomamos algo en la cafetería, descafeinados con bollería y

agua mineral de una marca muy rara. Sentados en la mesa, junto a la puerta, vimos pasar muchos

camiones. Frigoríficos, madereros, areneros, algunos que ni sabíamos qué transportaban, y otros

que transportaban cosas que jamás hubiéramos imaginado que pudieran transportarse, como por

ejemplo, un edificio entero de ladrillos, de 3 pisos. Ella se preguntó si sus habitantes irían dentro.

Observamos que los camioneros vestían camiseta, y sólo cuando se bajaban de la cabina

descubrías que sus peludas piernas únicamente estaban cubiertas con calzoncillos tipo slip.

Nos reímos varias veces a su costa.

 

 

4

 

 

Está bastante claro que la modalidad más arraigada de chabolismo, no sólo permitido sino

fomentado por las autoridades, son los campings. Jamás habíamos pisado uno salvo hacía años,

cuando en un lugar al norte de Italia no habíamos encontrado hotel y sólo un camping fue la

solución por un día. Juramos no volver a hacerlo.

 

Por eso me extrañó que ella me propusiera parar en uno al poco tiempo de continuar rodando.

No esgrimió justificación alguna. Sólo dijo,

—Mira —señalando con el dedo el letrero.

E instintivamente di un volantazo. Me extrañó también que yo no pusiera ninguna pega.

 

 

5

 

El camping era la idea que más o menos todos tenemos de un camping, lo que viene a demostrar

que el pensamiento y la naturaleza son la misma cosa. Zona de duchas, zona de árboles, zona de

tiendas de campaña, zona de caravanas, una recepción y un pequeño supermercado.

Se ve mejor en un croquis que dibujé aquellos días:

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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