cato-van-ee

 

 

 

 

 

 

 

Cato está muy hermosa, pero no de una manera formal, de diseño, sino con esa belleza que da

el enamoramiento o el amor o el embarazo o, simplemente, la felicidad. Parece cansada, pero quizá esté

sólo despreocupada, relajada, descansando, sintiéndose. Como una oveja suelta. Como alguien que no

necesita seguridad. Tal vez como una persona plena.

Picasso decía algo como: ‘para dibujar hay que cerrar los ojos y cantar’, y esa parece la actitud, el estado,

el ánimo de Cato: está inspirada, es capaz de maravilla y de magia. También se podría decir, quizá, que

está desbordada: cuando suceden determinadas cosas que nos superan, sólo podemos vivirlas.

Vivir plenamente produce un cansancio infinito, pero muy gratificante: es posible que se perciba en Cato

algo infinito, como si hubiera sobrepasado su medida, su capacidad de dicha, y estuviera solamente crédula,

boba, anonadada, lentísima de reflejos y de reacciones, algo estorbada. Está como subiendo, subiendo o volando,

sin pensar, en las nubes.

Tal vez necesite que alguien le diga lo que tiene que hacer, las cosas habituales y diarias: es la hora de comer,

tienes que peinarte un poco, tápate que hace frío.

Ella no sabe si está en el comienzo, en el medio o en el final, simplemente porque las personas felices no tienen

historia, hierven a distintos grados.

Quizá viendo a Cato se comprende aquello que dice que el placer es solamente un dolor extraordinariamente dulce.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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