Hanna está espléndida, con esa pose entre torera y flamenca, aguantando
el tipo delante del toro o conteniendo la fuerza, el dolor, el martirio de lo jondo
que busca salida. Se trata de una labor difícil, porque todo, casi todo el trabajo
se hace desde dentro, desde las entrañas, y si uno no ha visto trabajar antes
con las entrañas, entonces no sabe, no entiende, no se cree el poderío que
pueden contener.
Sería necesario ver sus pantorrillas a dos, la tensión de los gemelos, la posición
de los talones y la distancia entre los pies para apreciar cómo se trabaja esta
muchacha el asunto de toda esa desesperación que duele y desasosiega,
que es silenciosa pero quiere manifestarse, que es un martirio que exige temple
y poderío y un olfato animal para soltar todo en el momento preciso, sin anticiparse
ni retenerlo.
Está ejecutando el trance difícil entre el ponte bien y estate quieta, con una mirada
hacia abajo que busca concentración y cortesía, todo como detenido antes de darle
suelta, antes de dejarlo salir, manteniendo siempre claro quién manda.
Está cerca de donde empieza o acaba la vida, en la línea de sutura o en el punto
de ignición, en la grieta donde el tiempo se abre y se rompe, ay. El tránsito la embellece,
da a su rostro una expresión seria, de poderío, mientras su cuerpo está como con
una sacudida fija, con una tensión contenida, olfateando el abismo, sin agua, sin
sentimientos, abolido.
Hanna tal vez sabe, además, que somos hijos del rigor, y que su historia, su destino,
su cosa, quizá tendría que haber sido más fácil, pero sabe que lo que hagamos de
nuestra vida depende de ciertos mordiscos y que en tiempo de gran peligro está
permitido andar con el diablo hasta haber atravesado el puente.
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