Es tan extraño, tan asombroso, tan increíble: algo en ella se desconecta
y la desconecta, y se queda hermosa y solitaria.
La mano izquierda abierta, desplegada sobre el corazón; el brazo derecho
flexionado, con la mano semicerrada, como sujetando o sosteniendo algo.
Las piernas extendidas, el pie derecho montado sobre el izquierdo.
Ella está alejada o ausente, o quizá cercana pero al otro lado, a la vuelta de la
esquina, en una sombra fresca o en una esponja olorosa o en una línea paralela
al agua que pasa. ‘Rubio y triste esqueleto, silba, silba’.
El sueño es el alquiler del mundo o de la vida: el alquiler que pagamos por el
descanso de los huesos puros, para que el cuerpo universal sacie sus esquinas,
por la tierna flexión de los rígidos relojes.
Iselin se ha ido a la penumbra del establo de los siete colores fríos, hasta que las
avestruces del tiempo tiren de los hilos y la saquen del sueño y la despierten
y se levante descalza a la mañana descalza.
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