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Lucille está en uno de los backstage de la vida, más abundantes en el mundo
del espectáculo, de la farándula y de la moda.
Después de ponerse las piernas y tal, mientras la están peinando entre cortina y cortina,
Lucille aprovecha para leer, para ir haciéndose una cabeza debajo de los pelos y para ir
templando sus funciones mentales superiores de mujer sapiens sapiens.
Conviene que vaya aprendiendo a detectar los síntomas profundos de este mundo de
carnívoros antes de que le soben el alma a dos manos o le palpen las cuatro causas
queriéndola convencer de que le están salvando la vida a borbotones.
Aunque los cabellos de Lucille no sean de oro, tal vez el peine sea de plata fina, como
el del villancico, y hasta podamos ver en sus ojos el color de la vereda.
Por mucho neoestructuralismo que aprenda, los cuatro cabrones de siempre le retorcerán
las entrañas para llenarse las venas de dinero: así, hasta con los latidos de su podrido
corazón podrán escuchar el tintineo de las monedas.
Lucille está hermosa de libro abierto, de ojos de mirada oscura y de labios de color
martirizado.
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