Tal vez Natalia ha sido desechada como un neumático viejo o como una vacía lata de cerveza,
ahí, en esas aguas residuales, entre preservativos y peladuras de patata, donde quizá haya
otros cuerpos abandonados pero ya infinitamente muertos, en larga y lentísima descomposición,
con la frente traspasada y el eco perdido, babeando de egoísmo.
Uno ve a Natalia viva y hermosa, entera de color y redonda de culo, mirando al cielo o al techo,
simplemente en remojo. ‘Me desvinculo del mar cuando vienen las aguas a mí’ –dijo el poeta.
Tampoco parece que esté en la infantil alegría del chapoteo, ni aprendiendo a nadar: está, más
bien, como husmeando los tuétanos del subsuelo o escuchando el tamtam profundo de las cloacas,
con la luz siniestra de la morgue y ningún horizonte a la vista.
La supongo orinándose de natural y buscando subacuáticamente el tapón del desagüe de semejante
depósito, entre puente y puente, tal vez haciendo gárgaras y con las yemas de los dedos ásperas
y espesísimas de arrugas.
Quizá se ha caído del caballo grande y se le han anegado los puntos del amor.
La atmósfera del podrido acuario es entre verde, triste y oro amargo, con un olor extendido de
tiempo rancio y lentamente venenoso.
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