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Está montada en el caballo de sí misma, entresujetando las riendas, bien adiestrada
en el trote corto y en la cortesía equina. Con las alforjas llenas y el pelo recogido,
parece descansada y atenta, enseñando apenas los dientes y con las orejas ceñidas.
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Puede que arranque de escote, buscando el galope largo antes de la primera curva,
si el aire no está cargado de sal y de polvo de antimonio. Todavía es joven, apuesto que
ganaría en las pistas de arena de las playas de Sanlúcar y en Guadalcanal.
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Rosie busca la verdad, quizá la verdad equina a la que está destinada por nacimiento
y obligada por nobleza. Toda su sangre es azul, sin aceites industriales: lleva en la mirada
el sello de campeona y está siempre dispuesta a que le susurren cosas hermosas.
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Quizá por su brío o por su poderosa estampa, Rosie inspira confianza y mueve las apuestas;
ella no necesita que el aire sea fresco y la hierba esté seca para arrancarse por fuera.
Dice que el mejor camino es siempre a través y sin cogerse de la mano.
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Rosie a veces resulta hermosa, parece hermosa, se pone hermosa y, además, es hermosa.
¿Cabe decir que Rosie tiene magia, como magia? Rotundamente, no: es pura realidad y plena
eficacia. Rosie, sólo la vida, así: cosa bravísima.
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