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En el dedo pulgar que Karo se chupa con fruición, se mezclan toda su vida psíquica
y toda su expresividad animal. En su esponjoso cerebro de sapiens sapiens, con tálamo
e hipotálamo, giran sus ideas con un chisporroteo luminoso en verde, amarillo, rojo y azul.
Y su cuerpo somático, uñoso, de cráneo y pelo, bípedo de marcha, dispone de dos espléndidas
rodillas, pulcras, perfectas de funcionamiento y fuertes de musculatura, desnudas y blancas
como las de la diosa Diana cuando cazaba con sus lebreles y subía corriendo por las verdes
laderas sin que se le acelerase la respiración.
Karo está hermosa, y duda entre subirse a la mujer de sí misma o quedarse un tiempo más
en la niña; duda entre engranar el tálamo y el hipotálamo o, más bien, volver a casa gateando
y mañana será otro día. Duda entre utilizar sus dos rodillas para ser una diosa o seguir chupándose
el pulgar hasta el hueso.
Sentada en el puentecillo y angustiada porque no sabe si levantarse y andar hacia adelante o
ponerse a cuatro patas y volver gateando hacia atrás, la hermosísima Karo es, ella sola, todos
y cada de nosotros, nos resume y nos representa, nos muestra nuestra situación, nos hace y deshace.
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