memoria del que bajó a la tierra

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Vino y ha muerto,

sobre su muerte, mira.

No tocó el pan. No toca

los capullos.

No tuvo cama dulce,

noticia buena,

cocinas aromosas,

un simple mar

dorando su horizonte.

No tuvo traje

de extensiones intactas.

Pidió este palmo

maduro

de la tierra.

Quiso la tierra,

Gritaba a la semilla

como una caracola:

no me abandones,

no duermas en tu noche de papel,

en tu trozo de vidrio.

Quiero sembrarte de boca

contra el humus,

ponerte para el vuelo.

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Vamos a hacer lo verde,

lo todo de futuro,

a desatar azules pulpas vegetales

que viajan hace siglos,

semilla, en tu semilla.

Pero esto fue

de amor escandaloso.

No lo dejaron:

vete a la muerte,

no eres el desposado.

No eres el dueño. No riges,

no dominas.

La tierra, en el perfil,

tiene un borde de púas.

Así que: adiós, amada.

Acúnate en mi cuerpo.

Sobre su cuerpo viene

y se ha posado una luna.

Se fue y vino a la muerte

y sobre su muerte mira.

No tuvo nada.

Bajó a la tierra al fin,

donde desata azules pulpas vegetales,

hace lo verde,

y sobre su tumba nace

y nacerá hasta los siglos,

semilla, en la semilla.

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Ana Istarú 

La Muerte y otros efímeros agravios

1ª ed. – San José: Editorial Costa

Rica, 1988


 

 

 

 

 

 

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