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sección: cultura
13 febrero, 2020

Gamoneda ataca a Gil de Biedma

en la presentación de sus memorias

El poeta narra
la desolación con
que vivió la posguerra
en «La pobreza»

 

bruno pardo porto
madrid

 

 

Antonio Gamoneda entró en la sala apoyado en su bastón, a paso lento, lentísimo, como arrastrando tras de sí,
una por una, sus ochenta y ocho primaveras.
Luego, ya sentado, se encendió: la palabra, el verbo, no tienen la misma edad que el poeta, y su lengua, aunque
no tan ágil, sigue estando afilada. Amaneció combativo, reivindicativo si se quiere, y la coartada de la publicación
de su segundo tomo de memorias, «La pobreza», era una excusa perfecta para sacar a pasear; sin correa, sus
ideas sobre el pasado y el presente de este país.

 

También, cómo no, sus pareceres sobre sus colegas, difuntos, de vocación. Empezó por la posguerra, que es, por
otro lado, el tema vertebral de este nuevo libro acaba de ver la luz. No quiso confirmar si será el último. Habló largo
y tendido de aquella «España vigilada, vaciada de cultura, vaciada de solidaridad». Entonces, dijo, se escuchaban
constantemente «himnos y discursos» que describían «el triunfo de la humanidad y de varias cosas más conseguido
con el final de la Guerra».

 

Sin embargo, vivían en la «absoluta carencia»: «Había colas de varias horas al día para coger tres bollos de pan
posiblemente de harina fermentada (…) Además, estábamos pendientes de si habían delatado al vecino de abajo
y se lo habían llevado, o si vendrían a nuestra propia casa».

 

La espera

 

Luego llegó el presente, y una afirmación controvertida: «Aún a veces me pregunto si la posguerra ha terminado,
no estoy seguro». ¿Por qué? «Quizá la contestación pueda necesitar varios volúmenes. Vamos a simplificar y
vamos a decir que, en algún momento de aquel vacío vigilado, nosotros esperábamos algo. (…) Es posible que
aquello que esperábamos no haya sucedido todavía. Cierto que han sucedido cosas, pero quizá sustancial y
existencialmente la espera no esté agotada. No se ha cumplido todavía», espetó. Y concretando: «Esperábamos
un bienestar, una forma de solidaridad bien vivida que parece que no ha llegado. No sé si llegará».

 

 

Antes no había ideologías porque había pobreza, pero hoy asistimos a un fenómeno distinto. «Estamos viviendo
el fracaso de las ideologías. Que el interior de las ideologías se llama la praxis, no es cierto.

 

Las ideologías informan la vida en términos institucionales y en términos, digamos, de alta documentación histórica.
Nuestra Constitución dice que todos los españoles tienen derecho al trabajo. ¿Cómo es posible que haya paro, este
paro creciente y constante? ¿Qué es ese papel? Uno de los signos del fracaso de las ideologías», subrayó. El
problema, en su opinión, es que «las democracias formales» son «el manto que cubre la dictadura económica».

 

Al fin llegó el turno de la poesía, y ahí, claro, el multipremiado literato (en su haber tiene el Cervantes, el Reina Sofía
y el Nacional de Poesía, entre otros) se despachó con libertad y sin remilgos.

 

«En el siglo XX hay grandes poetas. Cernuda es un gran poeta. Y Vicente Aleixandre, por ejemplo. Los valoro mucho.
Pero (…) los poetas auténticamente clave por su altura y por su consistencia totalmente distinta de otra especie,
como si se tratara de otro metal, para mí son García Lorca y Claudio Rodríguez. Con grandes respetos para todos los
demás, con méritos muy estimables».

 

Gil de Biedma, en cambio, salió peor parado. «Hablo de él si me preguntan», comenzó. Después del interrogante, eso
sí, no tuvo reparos en componer su particular «Contra Jaime Gil de Biedma». Fue un hombre «muy inteligente, muy
inteligente» que «escribió poemas correctos con interés». «Su poesía era lo que era, y no era más. Además él lo sabía,
por lo tanto escribió poquito. Sabía que no se podía estirar indefinidamente. No es insultar a nadie, es hacer un juicio
sinceramente crítico», remató.

 

 

 

 

 

 

 

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