He visto corazones habitados por hormigas, y máscaras carnales,
[y una serpiente acariciada por un verdugo indeciso,
y alondras prisioneras en rectángulos, y avefrías
coléricas,
y madres
que besaban cadenas.
Qué difícil oficio amar sin desearlo, anudar el acero, advertir la belleza
[del animal que llora y sobrevive en vísceras privadas de esperanza,
ver a un anciano que anda y no sabe hacia dónde y su esfínter sangra
[lentamente sobre la nieve.
Este hermano invernal, ¿soy yo mismo huyendo de mi juventud?
Advierto
aceites cautelosos, y cansancio, y espinas; su acícula extremada
sobre mis ojos.
Desciendo
orientado por ménsulas. No sé. Voy, desciendo
los peldaños profundos de la vejez.
Se ve:
la falsedad es nuestra iglesia.
Ya
estoy llegando,
ya
voy a llegar.
Ahora,
no sé por qué, he de cantar rodeado de espejos.
Aprestad vuestra clóquea, las sucesivas vértebras
de la ira dorsal, la anatomía
conductora del miedo.
Dice
así mi voz en su impostura,
dice:
Vivir es extrañeza, descansar en la cólera. Larvas esclarecidas
liban en nuestras venas.
Vivir
es extrañeza. No procede salvarse.
¿De qué, para qué?
No
procede salvarse.
No
hay salvación en el sándalo ni en las raíces torturadas. Definitivamente,
no hay salvación en la madera.
Recomiendo por tanto
la más sublime indiferencia.
Importa sólo
agonizar con cierta
dulzura.
Es
también una extrañeza la agonía.
Con todo,
algunos animales copulan fugazmente. Incluso yo copulo
con tenebrosas flores, con las cifras abstractas y, en modo más frecuente,
con fósiles azules y
con ancianas amarillas.
Hubiera
una soga final y las terceras sombras
serían penetrables.
Pero no; no tenemos
soga final.
Únicamente,
madera enloquecida, sí, madera sólo.
antonio gamoneda
de Canción errónea
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