Siempre dudo de la calidad de Gamoneda. Había leído este poema un par de veces,
pero sólo hoy, ahora, he podido apreciar la tremenda carga poética que tiene;
la belleza que Gamoneda es capaz de crear cuando busca la muerte, y la
encuentra, y tiene que defenderse de ella.
Enorme Antonio Gamoneda en este poema
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faik
Has retornado a mis venas.
Es sospechosa tu dulzura, tan semejante a cuando vendías luz
y mentiras sagradas.
Te reconozco en tu negación. En las tardes inmóviles,
entrabas en ti mismo y te ocultabas en un temblor de párpados
al advertir la proximidad de pájaros incandescentes
que anidan en tus celdas cerebrales.
La locura se abría en ti como una flor. Vi sus pétalos negros.
Sucedían tus accidentes: el estertor de tu máquina invisible y,
colérica y una vez más, la dulzura.
Crujías bajo mis manos pero era inútil la misericordia articular.
Crujías
atravesado por una música amarilla. Y gritabas. Gritabas
hasta que tus gritos creaban el amanecer.
Eras intocable como un sable indeciso
sobre una mujer que llora. Cuando despertabas,
te envolvías en una gran sábana. Volvías a ti mismo
y tus heces adquirían en ti
la perfección intacta de la luz.
Te reconozco aunque te escondas bajo la piel del ébano.
Finges amor hasta crear un verdadero amor
y ahora estás amando en mí. Te reconozco.
Gimes como un perro herido en el interior de mi pecho. ¿Recuerdas
cuando te acostabas sobre mi corazón?
Ahora, insomne en la muerte, has venido a comprar mis ojos. Así
es tu causa, tu astucia kurdistana.
Buscas tus documentos incestuosos, tus profecías en la virtud de la
epilepsia
y aquellos códices de la sabiduría que permite
ser feliz en el fuego.
Tú acuñabas monedas únicamente válidas
en los mercados de frutos y tinieblas.
Pero tú no adquirirías otros frutos que los que arden en el
cuerpo de tus hermanas
y también y tan sólo tinieblas maternales.
Ah los frutos y las tinieblas en tus manos,
mercantilmente triste, accidentalmente vivo
en Nueva York o en Nasría.
Eres bello y horrible. Tú me induces al adulterio
con cuerpos desollados
y a la fornicación sobre la púrpura.
No puedo abandonarte, sin embargo, a tu propia inclemencia:
estás soñando mis sueños
y amas en mí lo que no es tuyo.
Has abrevado en manantiales ciegos y te has erguido en la
demencia. En rigor,
no te necesito: hay sufi ciente impureza en mi corazón.
Pero tú eres mi sacramento negro, la última
sustancia de mis venas.
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Antonio Gamoneda
Faik
Paraíso – Revista de Poesía – 2011
Jaén
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