lunes, 10 de noviembre de 2008
Pere Gimferrer. Tornado
«Esta vez no vamos a hacer una crítica de un libro.
Tan sólo vamos a exponer en voz alta nuestros pensamientos.
Hemos leído el libro «Tornado», de Pere Gimferrer, publicado por Seix Barral y reseñado
por Túa Blesa en El Cultural. Una vez leído no somos capaces de emitir un juicio crítico
que no sea demoledor.
Hemos intentado pensar en equivalentes que pudieran servir para explicar nuestra
incapacidad para emitir un juicio más equilibrado. Tras buscar entre varios campos del
arte nos hemos ubicado en la arquitectura, que vive uno de sus mejores momentos de la
historia.
¿Cómo valorarían los arquitectos la obra de un compañero suyo que concentrara sus
esfuerzos en diseñar edificios modernistas similares a los del siglo XIX? ¿Se premiaría a
un arquitecto con un Pritzker si enfocara su labor en ese contexto estético?
Cuando leemos «Tornado» tenemos la sensación, casi el convencimiento, de que sus versos
fueron escritos hace ya muchas décadas. Quizás siglos.
En su mezcla de modernismo y barroquismo, en sus rimas, en su léxico, en su perfectamente
medida prosodia, en su temática desaforada del amor, en su lenguaje sobrecargado metafórica
y retóricamente…
Todo nos lleva a preguntarnos: ¿y cómo valoramos esta obra? Si hacemos un análisis que
olvide el tiempo y lugar, ¿debemos de situarlo en un marco de referencia barroco y enfrentarlo a
Lope o a Quevedo? No sería justo porque estos poetas eran inmensos y Gimferrer no lo es.
¿Lo comparamos entonces con un Rubén Darío o con un Ezra Pound? Tampoco. Tampoco sería
una comparación justa.
La poesía de Gimferrer nos desubica. Nuestra nota del poemario sería tan baja que debe haber
algo malo en nuestro planteamiento para que ningún crítico cuestione seriamente la poesía de
este autor. Sabemos que Gimferrer es un todopoderoso en nuestra poesía, y en la literatura en
general, y que eso hace complicado cualquier crítica a su poesía.
Pero debe haber algo más que se nos escapa.
Porque, efectivamente, vemos a un persona con una capacidad técnica sobresaliente en su poesía.
Pero no la ha sabido transformar, como sí hizo Pound, en algo novedoso.
El texto está hiperintertextualizado, los adornos y amaneramientos son constantes, las metáforas y
comparaciones suenan repetidas, el ritmo es monótono, el fondo es un amor leído hasta la saciedad,
y la forma pasa los límites del rococó en no pocas ocasiones.
Algo se nos pierde en esta poesía. Poner ejemplos de zafiros, pespuntes, oros, ajuares de mariposas,
«alïagas», «dïamante», esquí de luces y pétalos sería redundante.
No somos capaces de situarnos en «las apoteosis del rosal». Por eso dejamos abierta la crítica.
Por si alguien quiere decirnos en qué estamos equivocados.»
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