XLVIII

 

any where out of the world 

en cualquier parte fuera del mundo

Esta vida es un hospital donde cada enfermo está poseído por el deseo de cambiar de cama.

Este querría sufrir frente a la estufa, y aquel cree que sanaría al lado de la ventana.

Me parece que yo siempre estaría bien allí donde no estoy, y este tema de la mudanza es uno de los que discuto incesantemente con

mi alma.

«Dime, alma mía, pobre alma con frío, ¿qué te parecería habitar en Lisboa? Debe hacer calor allí y te reconfortarías como un lagarto.

Esta ciudad está a orillas del agua; se dice que esta construida en mármol y que su pueblo tiene tal odio a lo vegetal que arranca todos

los árboles. Sería un paisaje a tu gusto; ¡un paisaje hecho con luz y mineral, y líquido para reflejarlos!».

Mi alma no responde.

«Ya que amas tanto el reposo, con el espectáculo del movimiento, ¿quieres venir a vivir en Holanda, esa tierra beatífica? Tal vez te

divertirías en esta región cuya imagen tan a menudo admiraste en los museos. ¿Qué pensarías de Rotterdam, tú, que amas la maraña

de mástiles y los navíos amarrados al pie de las casas?»

Mi alma permanece muda.

-¿Batavia te sonreiría más, tal vez? Además allí encontraríamos el espíritu de Europa con la belleza tropical.

Ni una palabra. ¿Habrá muerto mi alma?

-¿Será que has llegado a tal punto de letargo que sólo te complaces con tu enfermedad? Si es así, huyamos hacia los países que son

analogías de la Muerte.

-Yo me ocupo de nuestro asunto, ¡pobre alma!

Haremos nuestras maletas para Borneo. Vayamos más lejos aún, al último extremo del Báltico; más lejos de la vida todavía si es

posible; instalémonos en el polo. Allí el sol roza sólo oblicuamente la tierra y las lentas alternativas de la luz y de la noche suprimen la

variedad y aumentan la monotonía, esa mitad de la nada. Allí podremos tomar largos baños de tinieblas, aunque para divertirnos las

auroras boreales nos enviarán cada tanto sus haces rosados, como reflejos de fuegos de artificio del Infierno!

Finalmente mi alma hace explosión y juiciosamente me grita: «¡No importa dónde! ¡no importa dónde! ¡con tal de que sea lejos de este

mundo!»

 

 

XLVIII

any where out of the world

n’importe où hors du monde

Cette vie est un hôpital où chaque malade est possédé du désir de changer de lit.

Celui-ci voudrait souffrir en face du poêle, et celuilà croit qu’il guérirait à côté de la fenêtre.

Il me semble que je serais toujours bien là où je ne suis pas, et cette question de déménagement en est une que je discute sans cesse

avec mon âme.

« Dis-moi, mon âme, pauvre âme refroidie, que penserais-tu d’habiter Lisbonne? Il doit y faire chaud, et tu t’y ragaillardirais comme un

lézard, cette ville est au bord de l’eau; on dit qu’elle est bâtie en marbre, et que le peuple y a une telle haine du végétal, qu’il arrache

tous les arbres. Voilà un paysage selon ton goût; un paysage fait avec la lumière et le minéral, et le liquide pour les réfléchir ! »

Mon âme ne répond pas.

« Puisque tu aimes tant le repos, avec le spectacle du mouvement, veux-tu venir habiter la Hollande, cette terre béatifiante? Peut-être te

divertiras-tu dans cette contrée dont tu as souvent admiré l’image dans les musées. Que penserais-tu de Rotterdam, toi qui aimes les

forêts de mâts, et les navires amarrés au pied des maisons ? »

Mon âme reste muette.

« Batavia te sourirait peut-être davantage? Nous y trouverions d’ailleurs l’esprit de l’Europe marié à la beauté tropicale.»

Pas un mot. – Mon âme serait-elle morte ?

« En es-tu donc venue à ce point d’engourdissement que tu ne te plaises que dans ton mal ? S’il en est ainsi, fuyons vers les pays qui

sont les analogies de la Mort. – Je tiens notre affaire, pauvre âme !

Nous ferons nos malles pour Bornéo. Allons plus loin encore, à l’extrême bout de la Baltique; encore plus loin de la vie, si c’est possible;

installons-nous au pôle. Là le soleil ne frise qu’obliquement la terre, et les lentes alternatives de la lumière et de la nuit suppriment la

variété et augmentent la monotonie, cette moitié du néant. Là, nous pourrons prendre de longs bains de ténèbres, cependant que, pour

nous divertir, les aurores boréales nous enverront de temps en temps leurs gerbes roses, comme des reflets d’un feu d’artifice de

l’Enfer! »

Enfin, mon âme fait explosion, et sagement elle me crie: «N’importe où ! n’importe où ! pourvu que ce soit hors de ce monde!»

 

 

 

 

 

Charles Baudelaire

Petits poëmes en prose

Texte basé sur l’édition de 1869. Les graphies et la ponctuation originales

ont été conservées.

 

 

 


 

 

 

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