A otro de ellos, cuando era joven le dieron un plano híbrido y pasaba todo su tiempo

inventando la taza de té, pero cuando creció le dieron una fábrica modelo

y ausentes las morsas, equilibrando globos dirigibles con la punta de su nariz,

la nombraba a ella en el zoo, inflando su intención favorita. Esto es hablar claro,

sin andarse por la ramas.

 

Ya ves, a veces el torrente se hunde tan incesante en su propia caída que resbala

hasta un remanso quebrando barreras, dijo el poeta con precisión absoluta.

 

Enséñame, enséñame cómo haces ese truco, el de pasar mil años de amor

en el infierno y te juro, te juro que escaparé contigo. Y entonces le besó su cara

y su cabeza, girando en el vertiginoso acantilado para que así resplandeciese.

Estas cosas pasan por pedir demasiado.

 

Pero, qué especie de animal sin ojos habría inventado el suplicio de la noche

y el suplicio del día, como la única sabiduría posible, hasta el punto de que el poeta

vio a las mejores mentes de su generación destruídas por la locura…

Y aquí viene otra vez uno de los solitarios. Aunque destruyas su mente

y su cuerpo, no podrás nunca con su corazón.

 

Y es que a veces vamos más rápido que la velocidad del viento, más rápido

que el hecho de pensar dónde nos gustaría ir bajo el sonido de la esperanza.

 

Como ves, no hay nadie alrededor.

 

 

 


 

 

 

 

 

 

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