charles simic & octavio paz

 

 

 

traducción: rafael vargas

 

 

En una carta de 29 de noviembre de 1975, Paz rememora:

 

“Ayer, hablando con un poeta amigo [Charles Simic] del segundo tomo de Archipiélago Gulag, que acaba de salir en inglés, decíamos que sus libros
—y los de los sobrevivientes de los campos nazis— borraban todo lo que habían escrito los Sade y los Lautréamont. Los campos son la refutación de todos los infiernos de las literaturas, las filosofías y las religiones. El horror es el gran crítico literario y filosófico del siglo XX”.

Simic ha escrito varios de sus recuerdos de esas charlas con Paz en las concuerda con su visión sobre las paradojas del lenguaje y la poesía. A continuación, se transcriben algunos. (AGA)

 

I

 

El libro que cambió radicalmente mi concepción de la poesía fue una antología de poetas latinoamericanos contemporáneos que compré en la calle Ocho. Publicada por New Directions en 1942 y descatalogada allá en la época en que la compré, me descubrió la poesía de Jorge Luis Borges, Pablo Neruda, Jorge Carrera Andrade, Drummond de Andrade, Nicolás Guillén, Vicente Huidobro, Jorge de Lima, César Vallejo, Octavio Paz y muchos otros. Después de leer aquello, la poesía de las revistas literarias que frecuentaba me parecía demasiado cauta. […]. El surrealismo popular, el misticismo, el erotismo, los raptos del romanticismo y la retórica de estos poetas me resultaban mucho más atractivos que lo que había encontrado en la poesía francesa y alemana que había leído hasta entonces.

 

II

 

Conocí a Octavio Paz en Nueva York a principios de los setenta, y después, con los años, lo vi aquí y allá y más frecuentemente en Cambridge, Massachusetts, donde solía dar clases en Harvard durante el otoño. Como ambos éramos grandes lectores, hablábamos de libros cuando nos reuníamos, y a menudo discutíamos sobre ellos, pero siempre en forma amigable. Estupendamente letrado y serio como era respecto a un amplio rango de temas, Octavio tenía la rara habilidad de recordar argumentos meses y años después de que habían ocurrido, así que la siguiente vez que nos encontrábamos me saludaba resumiendo la última conversación que habíamos tenido, lo cual me avergonzaba porque yo no podía recordar inmediatamente lo que se había dicho.

Por supuesto, hablábamos mucho de poesía, o más bien yo le preguntaba sobre los poetas que él conocía, desde los surrealistas francés, hasta varios contemporáneos de México y Sudamérica, y siempre tenía una perspectiva interesante y original sobre su obra y, a menudo, historia divertida que contar sobre ellos. Me contó, por ejemplo, cuando visitó a André Breton en París después de la guerra, y fue admitido en su departamento por una doncella que le dijo que esperara porque el poeta estaba ocupado. Y sí, desde el sillón de la sala donde Octavio estaba sentado, rodeado de pinturas de Max Ernst, Joan Miró, Salvador Dalí, Diego Rivera, Man Ray, Marcel Duchamp, y muchos otros, podía ver a Breton escribiendo frenéticamente en su estudio. Salió de ahí a los veinte minutos, feliz de ver a su amigo mexicano, y ambos salieron a comer a un restaurante cercano.

 

—¿En que estabas trabajando, cher maître? —preguntó Paz mientras caminaban a su destino.

—Estaba haciendo algo de escritura automática —respondió Breton.

—¡Pero te vi tachar muchas veces lo que habías escrito! —exclamó Paz, sorprendido.

—No era lo suficientemente automática —contestó Breton, contundente.

 

Estas charlas con Paz significaban mucho para mí. Lo que obtuve de ellas y de sus libros fue la explicación más exacta y extensa de la poesía moderna que tomaba en cuenta la historia de las ideas y la historia política, así como las tradiciones literarias de los países bajo discusión. Adoraba escucharlo y yo era bueno escuchando.

 

 

III

 

 

He aquí al mejor Octavio Paz: “El poema seguirá siendo uno de los pocos recursos del hombre para ir, más allá de sí mismo, al encuentro de lo que es profunda y originalmente”.

 

 

IV

 

Aunque sea difícil de comprender, hay algunos seres humanos en esta tierra que no tienen interés alguno por el Mundial. No sólo en Estados Unidos, donde muchos miran con desdén aquel producto importado y encuentran incomprensible la pasión global por ese deporte, sino también en países donde el destino del equipo nacional en el campeonato es el único tema de conversación durante meses. Recuerdo haber visitado al gran poeta mexicano Octavio Paz el día en que su país jugaba contra Italia en el mundial de 1994.[4] Primero, estuvimos cómodamente tomando vino y conversando sobre arte y literatura. Pero para mi sorpresa y aflicción, cuando llegó el momento de ver el partido, en vez de prender el televisor, Paz y su esposa me llevaron a mí y a mi traductor mexicano a un restaurante francés donde sólo había mesas vacías a nuestro alrededor, porque todos en México esa tarde estaban o viendo el partido en sus casas o en pantallas gigantes dispuestas en las grandes plazas de la ciudad. Cuando nos estábamos enfrascando en una discusión sobre Heidegger, recuerdo los gritos ahogados de desesperación que nos llegaban de la multitud en la calle. Ávido de enterarme de cómo iba el partido, fui varias veces al baño para poder asomarme por la cocina donde los cocineros y los meseros estaban viéndolo. No recuerdo nada de lo que Octavio dijo aquella noche, y lo lamento sinceramente, porque él era uno de los hombres más ilustrados y elocuentes que he conocido en mi vida. Pero sí recuerdo el resultado del partido: México 1 – Italia 1.

 

 

V

 

Él era un pedagogo, un profesor. Explicaba las cosas extremadamente sencillas, bien. Manteniendo su complejidad y al mismo tiempo transmitiendo ideas que son extremadamente difíciles de comprender de una manera accesible y sencilla.

 

 

VI

 

A lo largo de su vida, Octavio Paz se ha mantenido libre, sin dejarse tentar por las utopías ideológicas ni por la nostalgia que ha proliferado y aprisionado a tantos de sus contemporáneos.

Alguien dijo —olvido quién— que para soportar nuestra era se requería una constitución heroica. Paz es uno de nuestros auténticos héroes. En la época de la célebre incomunicabilidad de casi todo, él ha pensado y escrito con claridad. Ha comprendido lo que sabe —lo cual lo convierte en alguien excepcional.

Yo caracterizaría su pensamiento como la más coherente y más elocuente defensa que hayamos tenido de la poesía.

¿La poesía necesita ser defendida? Por supuesto. Siempre —y muy especialmente hoy.

Anoche Octavio nos dijo: «La poesía es el presente.» Yo no podría estar más de acuerdo. Ésta es la idea más atrevida de la poesía, y tiene una historia larga e interesante de la cual quisiera hablar brevemente.

No estamos seguros de quién fue primero, si Safo o alguno de sus olvidados contemporáneos, pero en el siglo VII antes de Cristo oímos algo nuevo en poesía, una voz solitaria para la cual el momento presente lo es todo:

 

 

La Luna y las Pléyades
se han sumergido, es el medio
de la noche, estación, hora, juventud se van
y yo duermo sola.

 

 

Antes de eso, desde luego, estuvo la épica, con sus estrepitosas espadas, sus relatos de dioses y héroes, y muchos otros tipos de poemas, pero nada que sonara parecido a Safo. En otro poema, dice:

 

Recuerdo a Anaktoria
que me ha dejado,
cuyo adorable andar y pálida tez
preferiría tener ante mis ojos
en vez de las cuadrigas de Lidia
en todo su esplendor
preparadas para la batalla.

 

 

Repentinamente, en vez de las historias de héroes y dioses tenemos las vidas de los poetas. En otras palabras, no lo que Zeus y Aquiles hicieron sino lo que una mujer en una isla del Asia Menor sintió en una noche en particular en la que no podía dormir. Su voz, su vida, ese momento intemporal resuenan a través de los siglos.

El poema lírico representa un gran cambio en la historia de la conciencia y en la historia de la literatura. Olga Freidenberg observó que marca el paso de una visión mitologizante del mundo a una realista. Y es en la poesía lírica que el universo literario se ve poblado de personas por primera vez. Siempre existieron poemas líricos, canciones folclóricas cantadas por mujeres, pero su hablante era anónimo. Safo inserta la primera persona y convierte en algo personal la experiencia de la canción folclórica. Fueron las mujeres quienes inventaron el poema lírico.

 

Los filósofos y los teólogos se escandalizaron. La antigua iglesia cristiana quemó los escritos de Safo con una puntualidad fanática. Hoy sólo quedan fragmentos de sus poemas. Casi nada sabemos sobre su vida. Algunos autores antiguos dicen que era una sacerdotisa. Otros, que era una prostituta.

 

Es curioso que en nuestro siglo se acuda a las mismas palabras al condenar a la poeta rusa Ana Ajmátova. El zar cultural de Stalin, Andrei Zhdanov, dijo: «he aquí una damita burguesa, medio monja y medio puta». Dijo que sus poemas intensamente personales, con su mezcla de erotismo y misticismo, eran ajenos al espíritu del pueblo soviético, que construía el socialismo.

 

«Oh, conciencia, presente puro donde el pasado y el futuro arden sin brillo ni esperanza. Todo conduce a esta eternidad que no lleva a ninguna parte», escribe Paz en un poema.

La poesía es el momento, la experiencia del momento desnudo. No es tanto que todas las épocas sean contemporáneas, como aseveraba Ezra Pound, sino que todos los momentos presentes en literatura lo son. No obstante, puede decirse mucho más sobre el tema. La proposición «la poesía es el presente» tiene ambiciones filosóficas que ya sospechaban los antiguos filósofos y teólogos y que los marxistas del siglo XX castigaron con severidad.

Esto es lo que dicen los poemas líricos: mientras la filosofía y la teología se preguntan qué es el Ser, la poesía nos brinda la experiencia del Ser. Los poetas, según me parece, recuerdan una y otra vez a los filósofos la desconcertante presencia del mundo.

Desafortunadamente, no muchos filósofos contemporáneos y críticos literarios creen esto. Como me dijo una vez mi amigo Hayden Carruth, «nosotros, los poetas de la segunda mitad del siglo XX, somos en realidad metafísicos del siglo XIX desplazados, la gente aún vive en regiones del pensamiento de las que los filósofos han huido debido a su desconcierto, desesperación y falsa modestia». Y tiene razón, por supuesto. En lo que a alguna gente toca, la poesía no es más que silbar en la oscuridad. «No hay presencia», dice nuestro distinguido crítico Geoffrey Hartman, «sólo representación y, peor aún, representaciones». «Fuera del texto, no hay nada», dice Jacques Derrida. Según ellos, los poetas comparten la idea burguesa de que los signos son transparentes, que señalan una realidad auténtica, lo cual, nos asegura Paul de Man, «es una tentación seductora para mentes mistificadas».

Por lo tanto, el verdadero valor de la poesía es nulo.

Triunfalmente se nos dice que todas las metáforas e imágenes de los poetas apuntan sólo al propio lenguaje. Platón nos puso en una cueva para demostrar nuestra ignorancia y el carácter terrorífico de nuestra situación, pero en la actual prisión del lenguaje nuestros filósofos están felices.

El lenguaje no es la única prisión. Estamos encarcelados, se nos dice, en prisiones de clase, raza, género, cultura, etcétera. El paisaje intelectual de nuestros días es uno de prisiones, cárceles de máxima seguridad y gulags filosóficos.

Tales ideas suenan plausibles si olvidamos muchas cosas acerca de la literatura, y especialmente si olvidamos la traducción. ¿Cómo es que nos parece conmovedora la poesía griega antigua si no existen realmente experiencias universales? En traducción, la poesía —como nos dimos cuenta mi amigo Mark Strand y yo hace algunos años— no es lo que se pierde sino lo que se conserva.

Concuerdo con Paz en que es imposible ser poeta sin creer en la identidad de la palabra con su significado. Existe ese algo más allá del lenguaje de lo que depende la existencia de todo poema. La queja de que el lenguaje pretende hacernos las cosas presentes, pero nunca lo consigue no es nueva para los poetas. Sí, escribir distorsiona la presencia. Sí, hay un abismo entre las palabras y la experiencia de la presencia que el poema trata de nombrar. Sin embargo, todavía podemos tener una buena idea de lo que dicen Safo y Ana Ajmátova.

«En el momento de tiempo en que se forma la pequeña gota, pero aún no cae», dice Theodore Roethke. La poesía norteamericana ha estado obsesionada con los temas de la presencia y la verdad visible desde los días de Emerson y Whitman. «Por verdad visible entendemos la aprehensión de la condición absoluta de las cosas presentes», le dice Melville a Hawthorne en una carta. El tema de gran parte de la poesía norteamericana es la epistemología de la presencia. Tanto Frost como Stevens y Williams dicen algo al respecto. El magnífico poema de John Ashbery, «Autorretrato en un espejo convexo», es una meditación sobre ese enigma, «ese extraño», como lo llama, «el mundo, indivisible presente».

«Desatar el instante, / penetrar sus asombradas habitaciones…» (otra vez Paz). He aquí un punto en el que convergen tiempo y eternidad, historia y conciencia, un fragmento de tiempo hechizado por el conjunto del tiempo. El presente es el único lugar en el que experimentamos lo eterno. Lo eterno se reduce al tamaño del presente porque sólo el presente puede ser humanamente asido.

 

En su esencia, un poema lírico trata del tiempo detenido. El lenguaje se desplaza en el tiempo, pero el impulso lírico es vertical. Desde luego, realmente no es posible decir qué es la presencia; sólo es posible tratar de decir a qué se asemeja. A veces —y esta es una paradoja— sólo las imaginaciones más descabelladas pueden tender un puente sobre el abismo de la cosa y la palabra.

 

 

La poesía se alimenta de tales contradicciones. Una, por ejemplo, es tanto usar el lenguaje como ser usado por el lenguaje. Adoro el sentido del momento que hay en Safo, pero también los cíclopes de Homero, los monstruos multicéfalos —por no mencionar a esas mujeres que eran mitad pez y que cantaban tan hermosamente que los marineros tenían que ponerse cera en los oídos para no volverse locos, y todas sus otras maravillosas invenciones. Lo mejor acerca de la poesía es que molesta mucho a los maestros, predicadores y dictadores, y a todos los demás nos alegra.

 

 

 

 

 

 

NOTAS

 

 

[1] Charles Simic, Una mosca en la sopa, Madrid, Vaso roto, 2010, pp. 127 y 128

[2] VV .AA.,Memorias de un homenaje. Octavio Paz 1914 – 2014, México, Conaculta, 2014, pp. 207 y 208.

[3] Chales Simic, El monstruo ama su laberinto, Titivullus, 1997, p. 57.

[4] El partido se celebró el martes 28 de junio.

[5] Charles Simic, Confessions of a Soccer Addict. Disponible en https://www.nybooks.com/daily/2014/07/02/confessions-soccer-addict/?insrc=wbll

[6] “En esto, ver aquello” en Exposición Octavio Paz y el arte. Disponible en: https://www.cronopio.mx/noticiacultural/octavio-paz-y-el-arte-la-exposicion/

[7] Charles Simic, “La poesía es el presente” en El flautista en el pozo. Ensayos escogidos (1972-2003), México, Cal y Arena, 2013, pp. 143-147. También disponible en: https://ustedleepoesia2.blogspot.com/2014/10/la-poesia-es-el-presente.html

 

 

 

 

 

 

 

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