clarice lispector
revelación de un mundo
a descoberta do mundo
Traducción: Amalia Sato
Adriana Hidalgo editora
2005
Buenos Aires
máquina escribiendo
Siento que ya llegué casi a la libertad. Al punto de no necesitar ya escribir.
Si yo pudiera, dejaba mi lugar en esta página en blanco: lleno del mayor silencio.
Y cada uno que mirara el espacio en blanco, lo llenaría con sus propios deseos.
Vamos a decir la verdad: esto de aquí no es para nada una crónica.
Esto tan sólo es. No entra en un género. Los géneros ya no me interesan.
Lo que me interesa es el misterio.
¿Necesito tener un ritual para el misterio? Creo que sí.
Para conectarme a la matemática de las cosas.
Mientras tanto, yo estoy de algún modo conectada a la tierra: soy una hija
de la naturaleza: quiero tomar, sentir, tocar, ser.
Y todo eso ya forma parte de un todo, de un misterio.
Soy una sola. Antes había una diferencia entre escribir y yo (¿o no la había?
No lo sé). Ahora ya no. Soy un ser.
Y dejo que usted lo sea.
¿Eso lo asusta? Creo que sí. Pero vale la pena. Aunque duela. Duele
solamente al principio.
Ahora voy a decir algunas verdades que me dejan espantada. Es sobre
bichos.
Una persona que conozco dijo que cuando al siri se lo toma por una pata,
ésta se suelta para que el cuerpo entero no quede capturado por la persona.
Y que, en el lugar de la pata caída, nace otra.
Otra persona que conozco estaba hospedada en una casa y fue a abrir
la puerta de la heladera para beber un poco de agua.
Y vio la cosa.
La cosa era blanca, muy blanca. Y, sin cabeza, jadeaba. Como un pulmón.
Así: para abajo, para arriba, para abajo, para arriba, para abajo,
para arriba. La persona cerró de prisa la heladera.
Y se quedó allí cerca, con el corazón agitado.
Después se enteró de qué se trataba. El dueño de casa era perito en caza
submarina. Y había cazado una tortuga. Y le había quitado el caparazón.
Y le había cortado la cabeza. Y había puesto la cosa en la heladera para
cocinarla y comerla al día siguiente.
Pero mientras no la cocinaban, ella, sin cabeza, desnuda, jadeaba.
Como un fuelle.
Ya hablé de tortugas. Escribí lo siguiente: “De la lenta y polvorienta tortuga
que carga su pétreo caparazón, no quiero hablar. Este animal viene de la
Era Terciaria, dinosáurico (cuando yo escribí ‘dinosáurico’ no sabía que lo era
realmente, estaba sólo adivinando), no me interesa: es demasiado estúpido,
no se relaciona con nadie, ni consigo mismo.
Es una abstracción.
El acto de amor de dos tortugas no debe de tener calor ni vida.
Sin ser científica, me aventuro a pronosticar que la especie dentro de unos
pocos milenios se va a extinguir”.
Olvidé decir que encuentro a la tortuga totalmente inmoral.
Alguien, adivinando que era falso mi no-interés por las tortugas, me
prestó un librito sobre ellas, en inglés. Aquí va un fragmento reducido de
este librito:
“Las tortugas son reptiles raros y antiguos. Sus ancestros aparecieron
por primera vez hace unos 200 millones de años, mucho antes que los
dinosaurios.
Mientras estos animales grandes hace mucho tiempo que se extinguieron,
las tortugas, con su forma extraña y sin belleza, lograron sobrevivir, y han
permanecido relativamente inmutables por lo menos durante 150 millones
de años”.
Sin el caparazón, sin la cabeza, jadeando, para arriba, para abajo,
para arriba, para abajo. Con vida.
¿Cómo entender a una tortuga? ¿Cómo comprender a Dios?
El punto de partida debe ser: “No sé”.
Lo cual es una entrega total.
La máquina sigue escribiendo. Por ejemplo, ella va a escribir lo siguiente:
quien alcanza un alto nivel de abstracción está fronterizo con la locura.
Que los grandes matemáticos y físicos lo digan.
Conozco a un gran hombre abstracto que hace de cuenta que es como todo
el mundo: come, bebe, duerme con la mujer, tiene hijos.
Así se salva de ser una x o una raíz cuadrada.
Cuando pienso que, muy pequeña aún, daba clases particulares explicativas
de matemáticas y portugués a alumnos del secundario, apenas lo creo.
Porque hoy sería incapaz de resolver una raíz cuadrada. En cuanto al
portugués, era con el mayor aburrimiento que yo daba las reglas gramaticales.
Después, afortunadamente, me las olvidé.
Es necesario saber antes, después olvidar. Recién entonces se empieza a
respirar libremente.
Ahora la máquina va a detenerse.
máquina escrevendo
Sinto que já cheguei quase à liberdade. A ponto de não precisar mais escrever. Se eu pudesse, deixava meu lugar nesta página em branco: cheio do maior silêncio. E cada um que olhasse o espaço em branco, o encheria com seus próprios desejos.
Vamos falar a verdade: isto aqui não é crônica coisa nenhuma. Isto é apenas. Não entra em gênero. Gêneros não me interessam mais. Interessa-me o mistério. Preciso ter um ritual para o mistério? Acho que sim. Para me prender à matemática das coisas. No entanto, já estou de algum modo presa à terra: sou uma filha da natureza: quero pegar, sentir, tocar, ser. E tudo isso já faz parte de um todo, de um mistério.
Sou uma só. Antes havia uma diferença entre escrever e eu (ou não havia? não sei). Agora mais não. Sou um ser. E deixo que você seja. Isso lhe assusta? Creio que sim. Mas vale a pena. Mesmo que doa. Dói só no começo. Agora vou falar de umas verdades que me deixam espantada. É sobre bichos.
Uma pessoa que conheço disse que o siri, quando se lhe pega por uma perna, esta se solta para que o corpo todo não fique aprisionado pela pessoa. E que, no lugar dessa perna caída, nasce
outra.
Outra pessoa que conheço estava hospedada numa casa e foi abrir a porra da geladeira para beber um pouco de água.
E viu a coisa.
A coisa era branca, muito branca. E, sem cabeça, arfava. Como um pulmão. Assim: para baixo, para cima, para baixo, para cima. A pessoa fechou depressa a geladeira. E ali perto ficou, de coração batendo.
Depois veio a saber do que se tratava. O dono da casa era perito em caça submarina. E pescara uma tartaruga. E lhe tirara o casco. E lhe cortara a cabeça. E pusera a coisa na geladeira para no dia seguinte cozinhá-la e comê-la.
Mas enquanto não era cozida, ela, sem cabeça, nua, arfava. Como um fole.
Já falei aqui sobre tartarugas. Escrevi o seguinte: “Da lenta e empoeirada tartaruga carregando seu pétreo casco, não quero falar. Esse animal que nos vem da Era Terciária, dinossáurico (quando eu escrevi ‘dinossáurico’ não sabia que era mesmo, estava só adivinhando), não me interessa: é por demais estúpido, não entra em relação com ninguém, nem consigo próprio.
É uma abstração. O ato de amor de duas tartarugas não deve ter calor nem vida.
Sem ser cientista, aventuro-me a prognosticar que a espécie vai daqui a poucos milênios acabar.”
Esqueci de dizer que acho a tartaruga inteiramente imoral.
Alguém, adivinhando que era falso o meu não-interesse por tartarugas, emprestou-me um livrinho sobre elas, em inglês.
Eis um trecho traduzido desse livrinho: “As tartarugas são répteis raros e antigos. Seus ancestrais apareceram pela primeira vez há uns 200 milhões de anos, muito antes que os dinossauros. Enquanto estes animais grandes há muito tempo se extinguiram, as tartarugas, com sua forma estranha e sem beleza, conseguiram sobreviver, e têm permanecido relativamente imutáveis pelo menos durante 150 milhões de anos.”
Sem o casco, sem a cabeça, arfando, para cima, para baixo, para cima, para baixo. Com vida. Como compreender uma tartaruga? Como compreender Deus?
O ponto de partida deve ser: “Não sei.” O que é uma entrega total.
A máquina continua escrevendo. Por exemplo, ela vai escrever o seguinte: quem atinge um alto nível de abstração está em fronteira com a loucura. Que os grandes matemáticos e físicos o digam. Conheço um grande homem abstrato que faz de conta que é como todo mundo: come, bebe, dorme com a mulher, tem filhos. Assim ele se salva de se tornar um x ou uma raiz quadrada.
Quando penso que, muito menina ainda, eu dava aulas particulares explicativas de matemática e português a ginasianos, mal acredito. Porque hoje seria incapaz de resolver uma raiz quadrada. Quanto a português, era com o maior tédio que eu dava regras de gramática. Depois, felizmente, vim a esquecê-las. É preciso antes saber, depois esquecer. Só então se começa a respirar livremente.
Agora a máquina vai parar.
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